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El hombre que quería demasiado

¿Quién pudo haber traicionado a Gabo Ferro? Quien haya sido merece el escarnio público. Y el músico, clásico en su forma de amar, revolucionario en su forma de decir, ejecuta esa mínima revancha en un disco que no le impide advertir lo vampírico y el homoerotismo en un período de la historia argentina y revisar la historia del rock hasta hacerla decir lo que él quiere.

En tu segundo disco, Todo lo sólido se desvanece en el aire, incluís varios guiños de género, donde vas más allá de lo que te permite el lenguaje. En el tema “Costurera y carpintero”, por ejemplo, cantás: “Me enamoraré de una buena costurera, una mujer diestra, una buena mujer con cuerpo de niño y manos bien dispuestas”.

—En ese disco está más subrayado el tema de género; pero aparece en todos. Escribo cosas como “niño costurera, niña carpintero” o canciones como “Mi vida es un vestido”, donde un hombre habla de sí mismo no como un traje roto, sino como un vestido deshecho. Es que el siglo XXI reclama política de cultura, de género, de raza y de clase, y ésos son los temas que yo atiendo. A mí me dicen: “Sos un trovador, como Moris o Miguel Abuelo en los ’60”, y yo no me enojo mucho con eso porque la política de la época reclama una canción político-partidaria. Antes se pedía que vuelva Perón, que el peronismo deje de estar proscripto; yo, ahora, protesto por otras políticas. Estoy en su línea de herencia, pero mi momento histórico es otro.

Solés decir que hacés rock pero, en realidad, hacés canciones...

—Hago rock. Ahora soy mucho más pesado, más heavy que en Porco, la banda hardcore que integraba en los ’90. Una guitarra distorsionada ya no asusta a nadie. En cambio, un señor con una guitarrita donde lo que ruge es el discurso de las palabras... ¡upa! Discursivamente soy mucho más hardcore que antes.

Entonces, ¿qué es rock?

—Incomodar a la clase dominante, a las ideas dominantes. Vivo hablando en una sintonía rock porque todo lo que intento decir incomoda al sistema de ideas dominante. Las ideas madre que mueven la sociedad en la que vivo me identifican bastante poco. El amor, que fue una de las cuestiones fundacionales del rock, se viene desatendiendo e importando a otros géneros y subgéneros que tratan los temas con superficialidad, como el pop latino.

En este último disco de canciones en vivo, más o menos tuvieron que obligarte para que accedas a masterizarlo. ¿Es importante para vos mostrar el error, humanizar tu trabajo?

—Totalmente. Yo me equivoco y el error está. ¿Por qué? Porque no confío en lo impoluto. Hay algo sospechoso en la blancura total porque la naturaleza no te aporta perfección. Por eso no creo en ningún soporte de la industria cultural que te dé perfección. Desconfío de los libros muy bellos, de los discos todos afinados, a tiempo, tan bien cantados. En Amar, temer, partir lo único que se hizo fue alquilar micrófonos relindos. Es que este disco no habla de nada bueno. Está cargadísimo. Ojalá tenga ganas de dejar de tocarlo pronto porque es muy intenso.

Solés sacar un disco por año. ¿Ya cumpliste la dosis por 2008 o tenés otro proyecto en mente?

—Ya tengo el próximo en la cabeza. Es un disco con banda, en el cual voy a tratar de generar, con instrumentos acústicos, la sensación de que se está escuchando hardcore eléctrico extremo. También estoy preparando un audiolibro con Flopa, que va a ser completamente diferente a todo lo que la gente espera de nosotros.

Y participaste del tributo al rock nacional que está preparando Litto Nebbia.

—Litto me pidió para esta celebración del rock que cantara un tema de Los Gatos, “Soy de cualquier lugar”. Cuando vi que el tema empezaba con “tu cuerpo es mío cuando yo decido que así ha de ser”, dije: “Así no lo canto”. Entonces se me ocurrió que, como la canción es de 1967, podía tomar el Manifiesto Feminista de ese momento y cambiar el verso. Y lo grabé así: “Mi cuerpo es mío cuando así decido que ha de ser”.

Además de hacer música, sos historiador y tu tesis de doctorado se edita en agosto. ¿De qué trata?

—Trabaja sobre el imaginario antirrosista, la sangre, lo monstruoso y lo vampírico, tanto en el discurso de la prosa como en las imágenes. La titulé “Barbarie y civilización: sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas (1835-1852)”, e incluye un capítulo sobre el homoerotismo que atravesaba la época.

¿Tenés pensado un próximo proyecto como historiador?

—Me gustaría trabajar el concepto de “degeneración” que cruza los siglos XIX y XX en la Argentina. ¿Quiénes son los degenerados? ¿Cuál es el concepto de normalidad? Ver las lenguas, los comportamientos eróticos. Pero no quiero quedarme en la cuestión de género; quiero trabajar desde el concepto de ciudadano.

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