Una antología de poetas rockeros sin Luis Alberto Spinetta no es una antología de poetas rockeros. Por eso, cuando el 23 de marzo de 2002 recibí un e-mail de Yuliano Acri (líder de Suavestar) diciéndome “en unos días te mando la poesía”, sentí que el lento proceso de gestación del libro tocaba su fin. Había conseguido la figurita difícil gracias a Yul, quien lo conoce a Luis y supo convencerlo para que forme parte del libro. Ahí sí. Dos días después obtenía los poemas del Flaco (“Reflex” y “Tuto”, ver aparte) y empezaba de una buena vez a tomar forma definitiva un proyecto que hoy en día contabiliza nueve años. Sí, casi una década.
A mediados de 1994, junto con mi paciente editor Guido Indij y Federico Novick hablábamos de la posibilidad de lanzar una colección dedicada a la poesía rock (Patti Smith, Lou Reed, Leonard Cohen, etc.). “¿Y por qué no compilar poemas de rockeros argentinos?” El primer paso fue reeditar el emblemático e inconseguible Guitarra negra (La Marca, 1995), publicado originalmente en 1978. El segundo quedó en mis manos: un libro con poemas (y no letras de canciones) de músicos argentinos. Por entonces sabía de la existencia de poetas en ciernes dentro de la grey rockera: algunos los conocía personalmente (Adrián Paoletti, Francisco Bochatón, Rosario Bléfari, María Fernanda Aldana, Palo Pandolfo, Adrián Yanzón, Gigio), otros por sus declaraciones con citas literarias (Miguel Abuelo, Richard Coleman, Dárgelos, Pipo Lernoud), o porque tenían libros publicados (Moris, Miguel Cantilo, Pedro Aznar). El ex bajista de Serú fue el único que desistió de participar: le envié un esbozo de lo que era el libro (ya estábamos en 1999) y cortésmente adujo que no se sentía a gusto con el “contexto”.
En fin, la cosa siguió. Sumé a Roberto Jacoby (letrista de Virus y del primer Leo García solista), a Christian Basso (me sorprendió su libro de poemas La montaña mágica), a Litto Nebbia, a Gabo (ex cantante de Porco, con una escena y una lírica bastante inusual en nuestro medio). Hasta obtuve poemas inéditos de Miguel Abuelo, pero nunca pude contar con la autorización para que vieran la luz.
Mi editor quería que esté Charly García y hacia él fuimos. Una amiga en común, la guitarrista Marianela Pelzmajer, un día apareció con unos poemas escritos detrás de la tapa de un disco de Phil Collins, por eso la presencia de un poema dedicado al ex baterista de Genesis. Más escritura automática que esa, ¡imposible! La saga Andrés Calamaro tuvo lo suyo, también. Empezamos a contactarnos por e-mail en el ‘99. En ese entonces no contaba con Internet en casa, por lo que me escribía con Andrés vía la máquina de la oficina de Los Inrockuptibles. E-mail va, e-mail viene, Andrés iba desplegando historias muy llamativas, y tardé bastante en darme cuenta de que me estaba mandando poemas. Cuestión, que cosas de la vida, un día la computadora colapsó y perdí toda esa data. Me quería matar. Por suerte había logrado bajar un poema “De Efe Blues # 1”, a la altura del mito.
No podían faltar tampoco los poetas platenses o radicados en su momento en la ciudad de las diagonales: de Gustavo Astarita (Mister América) a Manuel Moretti (Estelares) pasando por Sergio Pángaro. El punk rock local tiene sus representantes: Boom Boom Kid, Ray (El Otro Yo) y Abril Sosa (hoy Cuentos Borgeanos, ex Catupecu Machu). Están también las fotografías de la vida cotidiana según Juan Pablo Fernández (Pequeña Orquesta Reincidentes). Tom Lupo, Pablo Krantz y Pablo Schanton muestran que sus plumas puede ir más allá del periodismo. También hubo ausentes con aviso: Vicentico, Fito Páez, Daniel Melingo y Rodrigo Martín (Juana La Loca), cada uno por motivos entre profesionales y personales, no pudieron alcanzarme a tiempo su material.
Por otro lado, pese a no escribir poesía, decidí incluir algunas letras de Daniel Melero, Dárgelos (Babasónicos) y el Indio Solari, ya que susimaginarios suelen estar atravesados por pulsiones literarias o tienden a cuidar su poesía rock. Y aquí el gran dilema: ¿son poetas los letristas?, ¿cualquier poeta puede escribir letras? Tengo en claro que son dos géneros distintos y ricos en su diferencia y diversidad; e implican una apuesta muy distinta en cuanto al uso del lenguaje. La poesía tiene música propia de por sí, mientras que muchas letras necesitan invariablemente el sostén de la melodía y el arropamiento del sonido de un grupo.
Con relación a este indicio, el rock transmite epopeyas urbanas, cuenta los secretos y los murmullos de una sociedad a punto de todo. No tiene por qué ponerlo siempre en palabras, eso puede estar presente también en la audacia del sonido de sus guitarras, en la conjunción explosiva del bajo y la batería; puede encontrarse en lo hiriente o sugestivas que parezcan las voces; en la lubricidad de la performance del cantante; en los ataques famélicos de los teclados. El rock es un modo de expresarse a base de líneas de fuga, las mismas que revolotean y se entrecruzan con las palabras, para formar una roca maciza pero no única, una roca que contiene en sí el poder de la desintegración como el de la transformación. Sin embargo, las palabras aparecen y determinan el vuelo de esas melodías, la acogida y los conceptos que pondrán en disputa.
Brian Eno dijo alguna vez que “las palabras no tienen importancia, representan tan poco dentro de lo que es el rock”. Está bien, lo dijo alguien que puso mucho énfasis en los sonidos y en las texturas como manantial y magma de transmisión de una obra. Pero no deja de ser una actitud recurrente en muchos músicos que no les dan valor a las letras. En la otra vereda, y disputando cierta alergia y prejuicios, songwriters de la talla de Bob Dylan y Leonard Cohen son propuestos en estos últimos años como candidatos a llevarse el Premio Nobel de Literatura.
Como decía un conocido animador televisivo que dice haber vuelto de la muerte, esto recién empieza. Digo, el debate: ¿qué hacemos con las letras de rock?, ¿cuál es su estatuto literario?, ¿tienen un estatuto literario?, ¿son un género menor? Es verdad, esto recién empieza.