Lejos de ser un simple adorno, la moda es un objeto de estudio privilegiado para comprender la cultura de una época. En nuestro guardarropas, se hacen tangibles las profundas transformaciones de las maneras en que nos relacionamos con el otro y nosotros mismos, así como de los modos en que experimentamos la sexualidad y la identidad de género.
Desde la configuración en el siglo XIX de una institución del buen gusto que renueva sus leyes cada temporada hasta la globalización de un mercado masivo para las prendas de diseño Frédéric Monneyron propone un recorrido por los discursos que renombrados autores como Baudelaire, Wilde, Balzac, Spencer, Bourdieu, Barthes, Steele y Hollander han producido para intentar definir este elusivo ideal de belleza y elegancia de cuya tiranía, ya sea para distinguirse o intentar pertenecer, nadie puede escapar.
A continuación, un fragmento a modo de adelanto:
Entonces, la moda como concepto y fenómeno social es una creación occidental y está íntimamente ligada con la llegada, exclusivamente occidental también, de las sociedades basadas en el individuo que van sustituyendo de manera progresiva a las sociedades tradicionales basadas en grupos o en la sociedad en su totalidad. Por consiguiente, como vimos, sus rituales y sus instituciones solo llegan a imponerse en el siglo xix. No es sorpresa que en poco tiempo este nuevo fenómeno pasa a ser objeto de un discurso que apunta a evaluar sus características esenciales e interrogarse sobre su sentido y su función.
El dandismo, que se expresa como un cuestionamiento de las estructuras en las que se basa la vestimenta, quizá sea la primera forma de discurso sobre este fenómeno. Existen numerosos textos sobre el dandismo, como el Book of Fashion (1835), un libro de George Brummell, el primero y más grande de todos los dandis, así como también varios estudios que lo toman como objeto aunque sea para desprestigiarlo. Asimismo, en los artículos de Hazlitt, de Carlyle, en el tratado de Balzac (alrededor de 1830) y también en el Book of Snobs (1848) de Thackeray o en las páginas que Baudelaire consagra al tema en El pintor de la vida moderna (1863), pasando por el famoso ensayo de Jules Barbey d’Aurevilly, Del dandismo y de George Brummell (1845) cada autor esboza a su manera un discurso interpretativo del fenómeno de la moda.
The Book of Fashion, obra en la que Brummell plasma sus ideas desde 1821, pero que, publicada parcialmente en 1835, permanecerá inédita por más de cien años antes que Eleanor Parker la edite en 1932 en Nueva York, aparece como una teoría de la elegancia en la vestimenta. Brummell insiste en la armonía de los colores y el vínculo entre la vestimenta y la arquitectura y consagra dos capítulos a la indumentaria femenina y a la indumentaria masculina. Para esta última, define dos principios que determinan su elegancia: el drapeado, que es netamente preferible a una prenda ajustada, y las proporciones exactas entre la parte de arriba y la de abajo de la prenda. Y, de manera general, indica todas las recetas que permiten al dandi destacarse a través de la elegancia. William Hazlitt, en un artículo de 1827, “The Dandy School”, se burla de los dandis, cuya imagen está representada mejor que nadie por Brummell y, en un artículo de London Weekly Review en 1828, se refiere a él como “el mejor de los peores intentos de ser un dandi” y se burla de su humor y sus ocurrencias. Carlyle también tiene una opinión definida de Brummell y en “Caracteritics” (1831) dice que en él puede ver “la revelación de una pobreza espiritual de la sociedad pero también el esfuerzo –lamentable quizá– de fabricación de un ideal”. Por su parte, Balzac lo menciona puntualmente y se apoya en sus ideas para el Tratado de la vida elegante (1830). Las ideas de Brummell sobre la elegancia se habían expandido y sus axiomas inspiraron una revista llamada La Mode. Balzac los retoma. Él también insiste en las relaciones entre la vestimenta y la arquitectura, y en los distintos axiomas que a su vez plantea está presente Brummell, por ejemplo, cuando destaca en qué medida la vida elegante estaba estrechamente ligada con la perfección de toda sociedad humana, y cuando menciona dos de las características fundamentales del dandi: la necesaria sobriedad que transmite el traje negro sobre una prenda blanca y la importancia de no hacerse notar.
Barbey d’Aurevilly, quien llegó a reprocharle a Balzac “no haber visto en los dandis otra cosa más que maniquíes y modelos intrascendentes, y no haber comprendido, como su contemporáneo Stendhal, la profundidad del dandismo y la fascinación que genera”, irá mucho más lejos. A diferencia de Thackeray, quien solo ve a los dandis como esnobs poco interesantes, Barbey d’Aurevilly considera en su ensayo de 1843 que la importancia otorgada a la vestimenta que los caracteriza deja entrever una revuelta mucho mayor de lo que parece. Esto no quiere decir que la vestimenta revele en sí misma una profundidad inesperada, es el interés que el dandi le otorga y la manera en que la usa lo que denota esta revuelta. Asimismo, no dejará de señalar, ya que el dandi compite con la mujer pero sin poner en evidencia esta relación de manera explícita, la naturaleza en cierto modo andrógina de su posición: “Naturalezas dobles y múltiples, de un género intelectual indeciso, donde la gracia es aún más gracia en la fuerza y donde la fuerza vuelve a hallarse en la gracia, Andrógino de la historia, ya no de la fábula, un género del cual Alcibíades fue el más bello representante en la más bella de las naciones”. Además, e incluso más allá de la cuestión de la vestimenta, Aurevilly recuerda la provocación que caracteriza al dandi que puede estar vinculada con su indiferencia y su impavidez o al contrario con su manifiesto interés en disgustar. Cuando se aboca a Brummell, cuenta que “le gustaba más sorprender que agradar” y que la Impertinencia tiene que aliarse en este caso con la Gracia: “Sin la Impertinencia, ¿la Gracia no se asemejaría acaso a una rubia demasiado insulsa, y sin la Gracia, ¿la Impertinencia no sería acaso una morocha demasiado atractiva?”.
Baudelaire, por su lado, estigmatiza esta revuelta cuando reflexiona sobre el dandismo veinte años más tarde. En las páginas que dedica al dandi en El pintor de la vida moderna, describe lo que hay detrás de la imagen estereotipada de un hombre vestido de manera elegante: “El dandismo no es siquiera, como muchas personas poco reflexivas parecen creer, un gusto desmesurado por la apariencia y la elegancia material. Esas cosas no son para el perfecto dandi más que un símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu”. Baudelaire también insiste en la “simplicidad absoluta” de su vestimenta que es la “mejor manera de distinguirse”, en “el placer de sorprender y la orgullosa satisfacción de nunca sorprenderse” y, si está sufriendo, en la necesidad de nunca dejar que se note. Así, Baudelaire ve a este dandismo que “confina con el espiritualismo y el estoicismo” como una rebelión fundamental: “Aunque esos hombres se hagan llamar refinados, increíbles, bellos, leones o dandis, todos proceden de un mismo origen; todos participan del mismo carácter de oposición y revuelta”. Y le atribuye sociológicamente como condición de nacimiento: “Las épocas transitorias en las que la democracia aún no es del todo poderosa, en las que la aristocracia solo se encuentra parcialmente inestable y envilecida”, por ende, considera que si los dandis están en vías de extinción en Francia, “en Inglaterra, el estado social y la constitución (la verdadera constitución, la que se expresa a través de las costumbres) dejarán por mucho tiempo un lugar para los herederos de Sheridan, Brummell y Byron, si llegan a ser dignos de él”.
Tal como vimos, las reflexiones sobre el dandismo –lo que implica y lo que significa socialmente– se presentan de manera indirecta en varios autores como una interpretación de las funciones sociales de la vestimenta. Pero los mismos autores, y otros más, proponen también una aprehensión más general de la moda. Así, los escritores y periodistas que colaboran en las revistas de moda que nacen en ese entonces empiezan a esbozar, en una época en la que la sociología aún no se había constituido como una disciplina autónoma, algunas de las grandes líneas de una sociología de la moda.
Más allá de una concepción de la elegancia, con Balzac se desarrolla una visión sociológica de la moda. En su Tratado de la vida elegante expone esta filosofía de la vestimenta que tres años más tarde, en Inglaterra, Thomas Carlyle intentará por su parte replicar en Sartor Resartus (una novela en la que la vestimenta busca ser la manifestación visible de un ser invisible), sin realmente lograrlo por todos los problemas que deberá enfrentar, pero sí conseguirá situar su concepción de la elegancia en la realidad social. Balzac considera que el origen de la elegancia proviene del Antiguo Régimen en el que solo se conocía el lujo. De hecho, el desmantelamiento de las antiguas estructuras sociales que se llevó a cabo en la Revolución (la venta de bienes nacionales, la anulación del derecho a la primogenitura, la división de las riquezas, la abolición de la nobleza) hizo que se cuestionaran los grandes proyectos, el arte monumental, luego de los cuales vino la elegancia, “lujo de simplicidad”, que ya no remite a lo excepcional sino a lo cotidiano, ya no concierne a lacolectividad sino al individuo. Si nos centramos en la vestimenta –y la vestimenta masculina en especial–, no pudo escapar a la categorización de las órdenes del Antiguo Régimen y quedó sujeta a la uniformización, de allí la necesidad de la elegancia para restituir las diferencias necesarias. En las funciones de la vestimenta están presentes las diferenciaciones socioculturales ya que, escribe Balzac en uno de sus axiomas, “el bárbaro se abriga, el rico o el sonso se adorna a sí mismo y el hombre elegante se viste”. De esta manera, es posible entender cómo la moda, que aún no puede abarcar a una clase ociosa, resulta esencial para distinguirse. Como resultado, sus implicaciones son tanto económicas como psicológicas o morales, y debido a que crea necesidades, genera circulación de dinero y una forma de dinamismo social, Balzac se muestra muy a favor de ella.
El Tratado de Balzac inspiró varios tratados de la elegancia como los de Étienne Chapuis o de Mortemart-Boisse, pero la mayoría de ellos no dejan de ser simples manuales sobre la forma de vestirse bien y ninguno se expande con un enfoque sociológico más amplio. Y si queremos buscar un desarrollo de las reflexiones balzaquianas sobre la moda o nuevas perspectivas, deberemos acudir de nuevo a Barbey d’Aurevilly y a Baudelaire, sin olvidar a Théophile Gautier y por supuesto, a fines de siglo en Inglaterra, a Oscar Wilde.
Barbey d’Aurevilly, quien consideraba el tratado de Balzac como “El espíritu de las leyes de la vida elegante”, en su ensayo sobre el dandismo sitúa la elegancia por encima de la gracia pero por debajo de la belleza y se pregunta cuál es el vínculo que esta tiene con la convención social y qué sería lo absoluto. Al hacerlo, no deja de lado la parte de conformismo y la parte de voluntad de distinción que están indefectiblemente ligadas en la moda. Por su lado, Gautier se detiene en esta segunda parte e intenta definirla en su breve ensayo de 1858, De la mode, en el que parte de una reflexión antropológica según la cual la vestimenta es una de las particularidades del ser humano y lamenta desde un punto de vista estético que el desnudo, “que era natural en el ambiente divino de Grecia” y que sirvió de inspiración para los grandes artistas de la Antigüedad y el Renacimiento, se haya convertido en una convención artística. Esto lo lleva a pensar que sería posible encontrar en la vestimenta (“la forma visible del hombre”) el sentido estético que tenía el desnudo. Y, más adelante, le atribuye a la moda, sea cual sea, una función de distinción que en el caso del hombre y en el modelo del dandi va más allá del oro, los bordados, los tonos vistosos y lo teatral y se percibe en “la fineza del tejido, la perfección del corte, el acabado de la forma y sobre todo el porte”.
Baudelaire aporta otra perspectiva, incluso más amplia. Retoma oposiciones e ideas que no se alejan de las de Barbey y de Gautier, pero desde otro punto de vista. Cuando reflexiona sobre la belleza, llega a la conclusión de que procede “de un elemento eterno, invariable, cuya cantidad es excesivamente difícil de determinar, y de un elemento relativo, circunstancial, que será, si se quiere, uno por vez o todos juntos, la época, la moda, la moral, la pasión”. Pero entre estos dos elementos, el elemento estable y el elemento transitorio, el que le parece más importante es el transitorio, la moda, ya que si anulamos lo transitorio caeríamos “en el vacío de una belleza abstracta e indefinible”. En paralelo a este carácter esencial que le atribuye a la moda como transitoria y efímera, Baudelaire elogia el artificio, y sabemos que estima a la mujer que, según él, “es natural, es decir abominable”, “debe dorarse para ser adorada” y debe “tomar de todas las artes los medios para elevarsepor encima de la naturaleza para así subyugar mejor los corazones e impresionar los espíritus”. La moda, que hay que considerar con un sentido un poco más amplio que el de la moda de la vestimenta, se encuentra sin lugar a dudas entre estas artes. Y, por ende, debe “ser considerada como un síntoma del gusto por lo ideal, que subsiste en el cerebro humano por encima de todo lo terrestre e inmundo que la vida natural acumula en él”.
Las reflexiones de algunos grandes autores del siglo xix sobre el fenómeno de la moda, quienes vieron cómo la moda se instaló y se fue desarrollando, aunque sean fragmentarias, proponen muchas pistas interesantes. Y si bien podríamos pensar que abrieron una puerta al veloz desarrollo de una sociología de la moda, en realidad, no fue tan así.