Laureano Debat
Hace dos meses, el mundo estuvo a punto de descubrir un misterio del arte contemporáneo: la identidad del artista callejero más famoso con una trayectoria de más de 20 años manteniendo su nombre y rostro en el más absoluto secreto bajo el seudónimo de Banksy. El artista y músico electrónico Goldie dejaba escapar la siguiente frase durante una entrevista: “Dame unas letras de graffiti, ponelas en una camiseta, escribí Banksy y ya está arreglado. Ya lo podemos vender. No pretendo faltarle el respeto a Robert, creo que es un artista brillante”. Las alarmas saltaron enseguida. Hay que recordar que el periodista Craig Williams había descubierto en 2016 que las nuevas obras que Banksy iba creando alrededor del mundo aparecían en paredes de las mismas ciudades en las que recalaban las giras del grupo de trip-hop británico Massive Attack. Atando estos dos cabos, se llegó a Robert Del Naja, el fundador de este conjunto de Bristol que, junto a Portishead, fueron los creadores de la corriente más psicodélica del hip-hop electrónico.
El mes próximo llega a la Argentina el libro Banksy que lleva el subtítulo Usted representa una amenaza tolerable y si no fuera así ya lo sabría, y que seguramente será bienvenido por sus colegas y seguidores locales. “El día que lo agarren y se sepa quién es, creo que se acaba el arte urbano”, dice Fede Minuchín, un artista argentino que trabaja con esténcil y que en 2008 participó en “The Cans Festival” –un festival organizado que reunió a más de treinta exponentes del Street-art de todo el mundo para intervenir un túnel de Londres–, invitado por el propio Banksy. “Todos los que hacemos esténcil sentimos admiración por él. Es muy inteligente como artista, parte de ideas que todo el mundo tiene en la cabeza y las sabe canalizar en su obra”.
Esta actitud tan hermética sobre su verdadera identidad, cercana a la de los superhéroes de cómic, quizás sea la mejor manera de hacer marketing sobre sí mismo. El anonimato como marca personal y como una manera, además, de interpretar desde el Street-art aquello de la muerte del autor según la teoría de Roland Barthes. Esos perpetuos juegos de apariencias que propone Banksy en torno a sí mismo también configuran la fisonomía de su propia obra.
Aun quienes no se identifican con su estética sienten admiración por él. Es el caso del pintor y muralista Martín Ron, quien asegura que lo suyo pasa por otro lado pero reconoce que “quizás hoy no lo vemos porque es muy contemporáneo, pero fue un impulsor, abrió juego y empezó a decir a través de la pintura mil cosas que guardan relación con toda la problemática mundial”.
Banksy no solo es un artista que pinta, graffitea y hace collage en la calle, sino también un performer que ha hecho de estos gestos parte de su propia estética. En 2003 pagó su entrada como cualquier visitante a la Tate Britain Gallery de Londres y metió escondidos en su mochila unos pequeños cuadros a los que había intervenido parodiando el arte clásico. Recorrió algunas salas y logró fijar en las paredes unos cuantos, que se confundieron durante unos minutos con la propia colección del museo.
Tres años después, en Los Angeles, inauguraba su primera exposición en un galpón industrial reacondicionado por él mismo y con la presencia de un nutrido grupo de famosos de Hollywood. Había muchas obras en Barely Legal (apenas legal), pero la prensa estadounidense centró su cobertura en un elefante vivo que caminaba manso por los pasillos de la exposición y al que Banksy había cubierto con 12 litros de pintura infantil.
Banksy ya empezaba a generar una fascinación a escala mundial y esta exposición marcó un quiebre definitivo en la consolidación del Street-art dentro del mercado del arte. Algo que se ratificó en 2009 cuando el artista inauguró en la que se supone que es su ciudad natal la exposición Banksy versus Bristol Museum, una de las más visitadas en la historia del Reino Unido.
El éxito de Banksy en las galerías generó que la obra de muchos artistas callejeros empezara a costar fortunas. Y lo que hasta ese momento eran paredes prohibidas en muchas ciudades pasaron, poco a poco, a ser permitidas por diferentes municipios para que sean intervenidas por exponentes del Street-art. Un fenómeno que se extendió también en Argentina y que generó la apertura de galerías especializadas en el tema.
Lucho Gatti (o Ice) surge del circuito del tag vandal y el graffiti de brigada pero, según él mismo reconoce, nunca pintó trenes porque no se lleva bien con la adrenalina. Dice que lo que le llama la atención de Banksy “es lo atrevido, lo osado de sus obras, más que la calidad” y reconoce que su figura le “genera bastante incertidumbre” y no sabe si es una o varias personas, algo que siempre se especuló con respecto a él, teniendo en cuenta que los emplazamientos que elige requieren de una logística que sólo puede ser posible en grupo.
El día anterior a la exposición en Los Angeles, el artista inglés pagó su entrada para Disneylandia y consiguió meter un muñeco inflable que representaba a un preso torturado de la cárcel de Guantánamo, con uniforme naranja y capucha negra. Y lo colocó dentro del sector de juegos, cerca de un carrusel, en un oxímoron que iba en la misma sintonía que esa otra obra suya en la que la niña desnuda que huye del hongo de Hiroshima corre abrazada a Mickey Mouse y al Payaso de McDonald’s.
Un año antes, en 2005, aparecían nueve obras de Banksy en el muro de la frontera de Gaza que separa Israel de Palestina, tres de las cuales son icónicas: el agujero por donde se ve una playa tropical, palestinos con el traje de rayas que los nazis obligaban a usar a los judíos en los campos de concentración y la nena que flota sosteniendo unos globos.
La escultora, pintora y diseñadora de modas Georgina Ciotti es otra de las exponentes más reconocidas del Street-art argentino. “Para mi generación ha sido un iniciador y un referente de una parte de lo que es el Street-art, pero en todos estos años han sucedido muchas cosas más allá de él y que han enriquecido mucho el panorama actual del arte urbano”, dice esta artista que formó parte del equipo que obtuvo el Oscar por los efectos especiales de El laberinto del Fauno, la película de Guillermo del Toro.
Sólo una vez dejó que alguien lo filmara. Fue en 2010 para ese extraño y (para algunos) falso documental dirigido por el propio Banksy y llamado Exit through the gift shop, que pone el foco no tanto en él sino en un extravagante personaje que lo admira, que graba con videocámara sus intervenciones y que se vuelve un artista famoso de la nada. Es ese personaje, un francés llamado Thierry Ghetta, quien hace las tomas de Banksy trabajando de espaldas y en planos detalles de sus manos pintando y cortando láminas. Y con capucha, oscuridad y efectos de voz cada vez que habla a cámara desde un sillón.
Las obras de Banksy forman parte de la memoria visual de nuestra cultura y, tal vez, queden ahí perpetuadas, ayudadas por el registro fotográfico y archivos digitales como Google Street Art Project. Y no deja de ser una paradoja que la niña con el globo en forma de corazón, el activista lanzando un ramo de flores, la empleada doméstica barriendo la calle o los dos policías besándose hayan acabado convirtiéndose en íconos permanentes nacidos de un arte que tiene razón de ser en lo efímero.
Una compleja relación con el mercado
La faceta más conocida de Banksy es la del artista callejero que se aventura en paredes de diferentes ciudades del mundo y las interviene. Pero hay otro costado, más convencional si se quiere, que es el del artista plástico que vende sus obras en el mercado del arte tradicional.
Tampoco toda su obra de Street-art transita por la vía clandestina y nocturna, ya que muchas ciudades suelen invitarlo para que intervenga diferentes murales públicos, en certámenes y festivales, y también por encargos privados. Esto suele ocurrir cada vez con mayor frecuencia con artistas en todo el mundo, incluidos los argentinos.
Pero Banksy también trabaja con obras originales pintadas en acrílico y óleo, esculturas y litografías. A través de Pest Control Office (oficina de control de plagas), el equipo de Banksy se encarga de dar a todas estas obras su certificado de autenticidad.
Sotheby’s, Bonhams y Christie’s han subastado originales de Banksy, sobre todo los de Londres y Nueva York. En marzo pasado, por ejemplo, Sotheby’s subastó en Londres su pieza “Esto es una pipa” a un valor de 284.750 libras, es decir, 385.000 dólares. Por un precio apenas inferior Christie’s negoció su pintura “Fetish Lady”. Pero el artista prefiere vender su producción directamente a los coleccionistas para evitar las especulaciones de precios. Una vez que las vende, el rumbo que sigan esas obras ya no depende de él, lo mismo que sucede con el mercado clandestino de copias y falsificaciones (aquí es donde entra Pest Control Office). En el apartado VENTAS –así, en mayúsculas– de su página web, se informa que Pest Control “es ahora el único punto de ventas de Banksy para Nueva York, donde en este momento no hay ninguna obra disponible”. Y se advierte que “Banksy no es representado por ninguna otra galería o institución”. En la página hay también una dirección de correo electrónico –customerservices@pestcontroloffice.com– a la que deben dirigirse “todas las preguntas y quejas”.
El mercado de arte –se sabe– no se caracteriza por la transparencia. Es difícil establecer los valores a los que se venden realmente las obras y esa dificultad crece cuando se trata de un artista anónimo, pero no hay riesgo de error si se afirma que varias de sus piezas se han negociado en valores cercanos al millón de dólares. A medida que fue creciendo su figura, Banksy se fue cubriendo de imposturas que parecían mofarse de su propio éxito y de su relación con el dinero.
BANKSY
Compilación: Gary Shove. Textos: Patrick Potter
Traducción: Marcos Mayer
la marca editora
Colección Registro Gráfico
240 páginas
$ 950