La Marca Editora

“Argentina, 1985″ genera debate y una gran pregunta sobre el documental y la “verdad”

a película de Santiago Mitre sobre el Juicio a las Juntas despertó una ola de posicionamientos, políticos y estéticos, como pocas veces se ha visto en el tiempo reciente. En ese arco narrativo vale detenerse para explorar las razones del arte como reflejo (o versión) de la historia Por Diego Rojas

No sólo es increíble (y festejable) el número de espectadores que ha visto Argentina, 1985 de Santiago Mitre. Todos esos asistentes formaron parte de aquellos hombres y mujeres, sin importar la edad, que aplaudieron de manera unánime escenas clave de la película, de modo inorquestado pero exacto, en los momentos de respuesta colectiva a las imágenes: por lo menos el momento del alegato y el final cuando bajan los títulos.

También es increíble la cantidad de líneas escritas sobre el film, en publicaciones de todo tipo, a lo largo y ancho de todo el país. Posiciones a favor, posturas “fan de Wanda” y recontra a favor, aquellas que exacerban el costado de film clásico hollywoodense, las que le reprochan el tono político, las que le objetan ausencias temáticas con disgusto. Estas son legión. El radical Jesús Rodríguez reprochaba que los títulos del final no mencionaran los indultos. Otros demócratas señalaron que Alfonsín no tiene un rol más importante en el guion. Los izquierdistas remarcan que no aparecen las movilizaciones las Madres de la Plaza de Mayo y otros organismos de DDHH. Otros remarcan el escaso protagonismo de la Conadep. Unos pocos derechistas llegaron a plantear que era una película K, un objeto fílmico de propaganda que permitía que se deslice la cifra “30.000″ sobre los desaparecidos en el despacho del fiscal. Así tuiteó un hombre que dirigió dos películas de baja calidad pero elogiosa recepción en los sectores ultramontanos y que cuida bien su anonimato en Twitter, que respetaremos.

En fin, la mayoría de las críticas de esta naturaleza (como aquella manifestada por el jurista Roberto Gargarella sobre el ninguneo de Alfonsín) son extra fílmicas. Es decir, señalan cómo habrían hecho ellos su versión del Juicio a las Juntas. En tal caso, siempre es útil el viejo refrán que reza: “Formen su propio equipo de actores, vestuaristas, sonidistas, editores, montajistas, etcétera y ganen el dinero de las productoras y su propio subsidio del Incaa y filmen su película”. Y listo.

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Dos libros de reciente aparición muestran la controversia documental, por así decirlo. El cineasta Nicolás Prividera, director de M (sobre la vida y desaparición de su madre) o Adiós a la memoria, publicó La pasión de lo real (La Marca Editora), en el que no sólo realiza un recorrido por la historia del documental, sino que se interna en las discusiones que este género provoca desde su misma realización, que obtendría un grado privilegiado con la realidad y, por lo tanto, podría ser confundido con “la verdad”. La cuestión de la mirada (si el documental no corresponde a una realización colectiva, que las hay) también plantea una fuerte presencia del “yo” detrás de cámara y una subjetividad que, a la vez, desmiente la noción de verdad. Plantar la cámara y enfocar desde un lugar concreto implica una decisión no sólo estética, sino también política. Prividera acude a documentales para contar estas discusiones de lo más actuales y productivas.

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