En una Argentina marcada a fuego por dictaduras militares, climas de revoluciones y aires de inminentes renovaciones políticas, por utopías y por un joven espíritu artístico influenciado por las grandes mentes creadoras en cuanto a literatura y música de Latinoamérica, Estados Unidos y la Europa de los años 60, la década del 70 nacía llena nuevas ideas para un país que anhelaba un cambio social profundo. Hay que tener en cuenta el clima dual que se vivía en el mundo generado por el desarrollo de la carrera espacial y armamentística de la Guerra Fría y por los polos occidental-capitalista (Estados Unidos y Europa) y oriental-comunista (Unión Soviética). También es interesante ver cómo el rock y el blues negro y de la Costa Oeste norteamericana es readaptado por los ingleses para generar una nueva identidad a un sonido que explotaría y llegaría a todos los rincones del mundo. “El Rock ha sido la banda sonora del capitalismo”, sostuvo el sociólogo cordobés Claudio Díaz en una entrevista. Lo pop y lo masivo, lo chabacano y lo progresivo, lo popular y lo elitista se estaba discutiendo en las mesas mundiales del arte. El Boom de la literatura latinoamericana (Jorge L. Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y otros) nunca hubiera sido sin la expansión del mercado editorial entre América Latina y Europa. En Argentina, la juventud sintió la necesidad carnal de volcar en el arte toda la peste del sistema opresor del violento gobierno de Onganía.
A finales de los años 60 –más precisamente en el año 1967- nace en Argentina la llamada “primera generación del rock nacional” conformada por Los Gatos, el rock blando de Almendra y el blues urbano de Manal; también por las míticas reuniones de Pipo Lernoud con Litto Nebbia, Tanguito, Miguel Abuelo y Miguel Grinberg en La Cueva y en La Perla del Once, los míticos lugares donde nació la Cultura Rock en Argentina como un espacio de resistencia contra la censura y lo ya masticado.
En el año 1970, cuando Almendra se separaba, uno de sus guitarristas, Edelmiro Molinari, sentenció: “Almendra no se divide, se multiplica, porque después de Almendra vendrá mucha más música”, y así fue que junto a Oscar Moro en la batería y a Rinaldo Rafanelli en el bajo, formó la gran banda Color Humano. Ese mismo año, luego de un viaje por Francia, Luís Alberto Spinetta grabaría un disco elemental y de transición titulado Spinettalandia y Sus Amigos. La “segunda generación del rock nacional” se estaba gestando de la mano de grandes bandas como Vox Dei, Color Humano, La Pesada, Pappo’s Blues, Orion’s Beethoven, Sui Generis y Aquelarre.
Pescado Rabioso, la banda más zeppelinera del Flaco, editó su primer álbum titulado Desatormentándonos en 1971, y en 1972 vendría Pescado 2. La banda era un experimento sumamente rockero y lisérgico donde toda la fuerza de la electricidad sonaba a lo Hendrix y a lo Led Zeppelín en arrebatos distorsionados donde comienza a desarrollarse la veta más surrealista en la poética de un joven Luís Alberto contorsionado por las idas y venidas del amor y por sus compañeros de banda: Black Amaya (batería), David Lebón (bajo) y Carlos Cutaia (teclados).
En 1973 nacieron en Europa algunos de los álbumes más alucinantes de la Cultura Rock, como por ejemplo The Dark side of The Moon, de Pink Floyd, y Miguel Abuelo Et Nada, de Miguel Abuelo. Ese mismo año, en Argentina, apareció un disco que revolucionaría la forma de concebir la música: Luis Alberto Spinetta, ya alejado de Pescado Rabioso, presentó el disco Artaud. El álbum, sin dudas, se concibió como un laboratorio vanguardista y experimental de una caldera explosiva que el Flaco no podía contener en su cabeza, y que vio la luz gracias a la ayuda del histórico productor Jorge Álvarez. El cartón del disco era de forma irregular, las canciones se configuraban en un clima casi espectral y figurado de la locura y la soledad humana, y aparecía estampada una frase del poeta y dramaturgo francés que decía: “¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores de la muerte, el verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición, la decadencia?”
Artaud fue presentado en dos domingos a la mañana en el Teatro Astral de Buenos Aires, y una noche en el estadio Atenas de La Plata. En esas presentaciones se repartió un manifiesto escrito por el Flaco titulado “Rock: Música dura, la suicidada por la sociedad”, donde Spinetta denuncia la complacencia en el arte, la comercialización y los contenidos burdos en las canciones de rock, y donde pide por un público crítico, participativo y de mentes libres. Ese manifiesto es, quizá, la guía para muchísimos artistas a la hora de basar sus fundamentos morales en relación a vida artística. Ya en 1973, el Flaco Spinetta denunciaba que el Rock estaba siendo asesinado por la industria. “El Rock no es solamente una forma determinada de ritmo o melodía. Es el impulso natural de dilucidar a través de una liberación total los conocimientos profundos a los cuales, dada la represión, el hombre cualquiera no tiene acceso”, decía Spinetta en ese manifiesto.
Hace un par de meses entré con mi novia a Rubén Libros y, como siempre, terminé zambullido en un océano de locuras. Y entre idas y venidas por páginas de libros maravillosos, recibí en mis manos a modo de regalo Guitarra Negra, el único libro de poesía publicado por Luís Alberto Spinetta, allá por 1978. Para un melómano y lector amante de una figura como el Flaco, ese libro se convierte en una joya. Guitarra Negra era una de esas perlas imposibles de conseguir, y La Marca Editora nos ofrece tenerla. El libro se divide en ocho partes y, como es costumbre en el Flaco, la propuesta de lectura es casi autodestructiva, dadaísta y nihilista. Sus palabras son retazos de humo en una habitación oscura donde se huele casi con desesperación el aroma de la piel confundido con el olor de la desesperanza, y la inquietud eterna de saberse (auto) incomprendido. Una vez más el Flaco se hizo Rock venciendo al olvido y a la muerte.