Por Leonardo Sabbatella.
Todo grafiti o stencil pareciera decir, antes que nada, “yo estuve aquí”. Banksy ha hecho con su obra en el espacio público una marca gráfica del paso por la ciudad y ha demostrado una forma de apropiación de las calles para la crítica social (a veces cínica, a veces directa). Cada una de esas intervenciones comunica quizás menos su contenido que su accionar, su pequeño acto vandálico, y deja un signo de sublevación.
El libro Usted representa una amenaza tolerable y si no fuera así ya lo sabría (La Marca Editora, 2017) recopila la producción del artista inglés junto a una serie de textos analíticos y disparatados (quizás una variable lleva a la otra) firmados por Patrick Potter. Banksy es un ícono de la cultura pop de los últimos años. Casi cualquiera puede reconocer una de sus figuras sin mayores esfuerzos. Banksy se ha convertido en parte del sentido común visual, quizás no sabemos a quién pertenecen esas imágenes pero seguro ya las hemos visto. Aunque se trata también de una especie rara de iconoclasta moderno. Banksy no solo produce sus imágenes sino que interviene carteles, inscripciones y figuras que encuentra en el espacio público. Como por ejemplo el cartel de “Parking” al que tachó la parte final para quedarse con Park y dibujar encima una nena hamacándose. Con Banksy ninguna iconografía está a salvo.
Potter escribe “no es arte callejero si no es ilegal” y Banksy, en una entrevista con The Guardian citada en el libro, sostiene que “pintar un tag es como devolver el golpe. Si no eres dueño de una compañía ferroviaria, entonces ve y pinta un vagón”. La disputa por el territorio en la ciudad, el acto clandestino de burlar a las fuerzas de control y la pequeña insurrección que habita en el hecho de hacer algo que “no se puede hacer”, conforman el manual de instrucciones de Banksy.
Sus stencils a menudo parecen gags visuales. Breves chistes cargados de crítica y, sobre todo, de impacto visual (pareciera haber aprendido eso de la estrategia publicitaria). La serie de ratas o las cámaras de seguridad con las que pobló las ciudades donde ha estado son huellas personales de su lectura política (One Nation Under Control es quizá su serie más directa y coyuntural). En el libro se cuenta que tuvo que abandonar el grafiti porque lo exponía demasiado tiempo en la pared y tuvo que pasarse al stencil. La velocidad de trabajar con máscaras y aerosoles profundiza aun más su condición de entrada y salida fugaz, de ataque sorpresivo. Da el golpe y huye.
Banksy es un artista de la fuga permanente. Se escapa, como buen grafitero, de que no lo atrapen o lo registren haciendo sus intervenciones pero también se escapa de quienes quieren ponerle un nombre, una identidad burocrática. Cuando alguien pregunta "¿Quién es Banksy?", parece no bastar que la respuesta sea su obra, su táctica (hay un modus operandi propio) y, habría que admitirlo también, su leyenda. Quizás sin el anonimato y esos puntos ciegos sobre el momento en el que trabaja (no hay una sola imagen de Banksy “haciendo” un grafiti), la propia intervención urbana se hubiera desvanecido rápidamente. Que su identidad permanezca oculta no es solo pudor del artista o pánico a la escena pública sino parte de la estrategia. En la ciudad somos todos más o menos iguales de anónimos e invisibles.