La memoria de una sociedad se construye a través de diversos caminos en los que las marcas, los duelos, las cicatrices, los olvidos, que han señalado los distintos periodos de su historia, se encuentran y separan, confluyen y divergen, conformando una superficie desigual, heterogénea, marcada por tensiones, por silencios, por versiones diferentes. Se busca, en última instancia, transmitir a las siguientes generaciones una suma de experiencias, de hechos, de relatos, que conviertan la narración del recuerdo en un espacio de reflexión y a la vez en un foco de incomodidad que—evitando el anquilosamiento—obligue a repensar la propia historia, la propia vida, individual y colectivamente, una y otra vez. En el caso de sociedades que han atravesado episodios de horror estos presupuestos se exasperan. ¿Cómo se transmiten el dolor, la muerte, el espanto? ¿Cuál es la relación entre memoria y justicia? ¿De qué modo aparece la heterogeneidad de los relatos?
Éstas son algunas de las preguntas que están en el debate; ya sea que hablemos del Holocausto, de la dictadura chilena, o de la realidad de América Latina. Las distintas respuestas o reflexiones que generan componen un tejido dominado por la diversidad y las tensiones. Hablamos, entonces, de un espacio de conflicto que procura una mirada no lineal sobre el pasado; hablamos de discontinuidades, de rupturas, de ambigüedades. Reflexionamos y creamos a partir de las fisuras, de los quiebres, del fragmento, de la movilidad que convierte a la memoria en resistencia.
Y la fotografía es siempre memoria. Las imágenes convocan a un ritual que permite, como en un palimpsesto, ver lo que hubo detrás de lo que se muestra. Son pasado y presente a la vez. Quizás porque es la única expresión artística en la cual la muerte es siempre un personaje más (Roland Barthes dixit). Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador.
Políticas del cuerpo en la fotografía latinoamericana / Body Politics es un libro “militante”; un libro que apela a una dimensión ética de la mirada. Se trata de una propuesta que reinvindica la fuerza política de los cuerpos a través de un discurso visual a la vez sutil e implacable, diverso y provocador. En sus páginas hay una ruptura del esquema disciplinario en que se encierra a los cuerpos latinoamericanos. No hay ‘docilidad’ sino interpelación constante a la realidad.
En él, diversos fotógrafos latinoamericanos buscan hacernos cómplices de sus imágenes, apelando para ello a la emoción, a lo afectivo, a la memoria compartida, y a los cuerpos como el “soporte de un lenguaje liberador”, como lo plantea en la introducción Marcelo Brodsky.
El proyecto surgió a partir de una exposición curada por el propio Brodsky y por Julio Pantoja—reconocidos fotógrafos argentinos vinculados a la lucha por los derechos humanos—y que formó parte de las actividades del Sexto Encuentro del Instituto Hemisférico de Performance y Política, que se realizó en Buenos Aires en junio de 2007.
A las fotografías expuestas en aquel momento se sumaron en el libro varias nuevas propuestas, dándole mayor espacio y densidad a la búsqueda estética para pensar desde allí el giro político que vincula los cuerpos en tanto huellas del recuerdo y la acción.
Las imágenes que conforman Body Politics nos llevan a ver América Latina a contracorriente de los discursos hegemónicos. Lo individual, la intimidad, el gesto absolutamente personal, es al mismo tiempo eco de un gesto colectivo, social. El continente que aparece en las fotos es el del desgarramiento y la violencia, las exclusiones y las cicatrices, pero también el de la parodia, la burla, el sarcasmo, la crítica feroz. Hay juegos intertextuales, citas, suma de tiempos históricos, como en las fotos de Ana de Obregoso, por ejemplo. O cuerpos inmovilizados y, por lo mismo, angustiantes, como en el ejercicio autorreferencial de Anamaría Mac Carthy, o en los rostros que muestran el abuso del conquistador del guatemalteco Luis González Palma (en el brillo de los ojos parecen estar todo el dolor y la furia del continente). Cuerpos marcados como en las imágenes de Beto Gutiérrez o de María Eugenia Cerrutti. Sexualidades inquietantes, huellas de la historia sobre las pieles, marcas indelebles en las miradas.
Diana Taylor y Rossana Reguillo reflexionan, en sendos ensayos que completan la propuesta, sobre la violencia ejercida contra los cuerpos de la precariedad latinoamericana y su presencia en las imágenes. Aquí, el ejercicio fotográfico subvierte “la lógica del poder dominante” (25), llevando a los cuerpos más allá de los dispositivos que “los niegan, los normalizan, los productivizan” (51). Me gustaría cerrar con el párrafo en el que Rossana Reguillo recupera la noción de lo “revulsivo” propuesta por Roland Barthes al hablar del ‘éxtasis fotográfico’: “Si por revulsivo entendemos … su capacidad para producir una reacción profunda y rápida, Body Politics llega para instalarse en el necesario debate en torno de los cuerpos que emergen en el contexto del tardocapitalismo”. Como inicio y cierre, el rostro de Julio Jorge López1 habla del desgarramiento de esa memoria que, como decíamos al comienzo, no es capítulo cerrado sino herida abierta.