El día que volaron la sede de la AMIA en Buenos Aires, hasta las nueve y media de la mañana, minuto más o menos, el barrio de Once era igual a todos los días: los negocios de telas ya habían abierto, pasaban los mozos con sus bandejas cargadas de tazas de café, los judíos religiosos con la cabeza cubierta. Era un lunes. Hasta las nueve y media de la mañana, el Once era un barrio lleno de gente, de vitalidad, de mujeres que buscaban sus vestidos de novias.
Once@9:53 am (La Marca Editora), un libro de Marcelo Brodsky e Ilan Stavans narra ese día, ese minuto, que cambio todo y partió el barrio al medio en todos los sentidos que tiene el término “partir”. Sólo que Brodsky (fotógrafo) y Stavans (escritor mexicano) se arriesgaron a un género algo olvidado, pero potente: hicieron una fotonovela, en la que el protagonista es el fotógrafo Roli Gerchunoff, a quien una revista le encarga un relevamiento del barrio. Justo ese día, 18 de julio.
Ayer, además, se inaguró una exposición en el C.C. Rojas, que da cuenta del proceso de producción y creación de la fotonovela.
Brodsky reconoce el riesgo: “Hacer un planteo desde la ficción para abordar un tema real y mezclar, como sucede en la telenovela, elementos de la realidad con la ficción, produce una ambigüedad en relación a lo real y lo ficcional que es como un punto límite, que a mi me interesa mucho trabajar en el arte”, dice. Y agrega Brodsky que “el lugar de la duda, de la pregunta, es un buen lugar.
Once@9:53 am no tiene la pretención de ser un documento ni un reportaje sobre lo real, es una fotonovela hecha por dos artistas en clave ficcional”.
La fotonovela, se sabe, es exagerada, desmesurada por definición. Los besos son más besos, la violencia es más violencia. Hubo un casting, del que salieron Diego Starosta para interpretar a Gerchunoff, que termina envuelto en el atentado y Eugenia Bouciguez, una chica rubia. Hay más personajes y mucho diseño, mapas, onomatopeyas que parecen desbordar los límites del libro. En Once@9:53 am hay recursos del cómic, textos muy breves y un elaborado trabajo de diseño y de producción: el Once actual no es el de 1994. Después de la explosión hay sólo dos imágenes en blanco y negro que retratan el desastre.
“La fotonovela –dice Brodsky–, al ser una obra de artistas, no tiene ninguna responsabilidad periodística. Lo que trata de hacer es una reflexión , quizá desde un lugar más lúdico e incisivo. Y busca formular una serie de preguntas, por ejemplo, cómo es posible que no se haya podido avanzar en el camino de la Justicia. Esta es la última pregunta que propone”. Está claro: ¿qué quedó en el lugar del enorme pozo, qué de la antigua fachada de granito negro de la AMIA? Que la exposición con las fotos y las casi 60 páginas ampliadas de la fotonovela se haga en el Rojas, en el Once, tampoco es casual. Porque las puntas de lo que pasó ese 18 de julio a las 9.53 vuelven a unirse allí, en la avenida Corrientes. “El Once no es el mismo, en primer lugar desde la propia colectividad judía que se volcó sobre sí misma. Y el barrio, como una expresión de toda la sociedad argentina a la que le metieron la bomba, también quedó marcado. Yo busco que el espectador se conecte emocionalmente con lo que pasó para que la historia nunca termine por naturalizarse”, apunta Brodsky. Y agrega: “El Once necesita de la Justicia para poder superar la marca del atentado, ese pozo. Esta fotonovela busca ser un aporte más a la discursión pública”.