“La Tierra ya no soporta más la carga que le impone nuestra forma de relacionarnos con ella. Es urgente que pasemos de explotar a regenerar. Por eso, este libro está orientado a dar vuelta la idea de explotación de la naturaleza”, escribe Guillermo Schnitman en la Introducción a El libro de la huerta (La Marca editora).
Asumiendo el rol de compilador, convocó a diez autores para ampliar y actualizar lo que en su momento había sido Agricultura Orgánica (Planeta, 1992). Dividido en cinco partes, el resultado fue un libro de 460 páginas que profundiza acerca de todos los saberes necesarios para una agroecología para la autonomía alimentaria.
Desde las nociones elementales acerca de los cuidados del suelo, la siembra pasando por los cultivos y el mantenimiento de la huerta, este libro es un manual ineludible para fortalecer la autonomía alimentaria en tiempos donde el cambio climático, los monocultivos y los agrotóxicos amenazan la posibilidad de gestar sistemas biodiversos y resilientes.
En diálogo con Clarín Cultura, Schnitman, a quien muchos conocen por su sobrenombre en Instagram @elviejofarmer donde tiene más de 50 mil seguidores, profundiza acerca de los orígenes de este proyecto y cómo le gustaría que fuese leído. Al respecto, opina que “fue concebido como un dispositivo de supervivencia, un manual que acompañe la transición hacia un futuro muy cercano de descenso energético y de gran simplificación”.
–¿Cómo surgió el libro en sus comienzos y esta nueva edición?
–La historia empieza en 1985 con la creación del Centro de Estudios de Cultivos Orgánicos (CENECOS). Los artículos que fuimos publicando en su Boletín, dirigido por Ernesto Flores, fueron tomando volumen hasta que en un momento decidimos publicar una primera edición casera, un libro anillado en formato A4. Al poco tiempo la editorial Planeta se interesó en nuestro trabajo y lo publicó como cabeza de una colección de ecología que tituló Planeta Tierra. Por entonces la agroecología estaba en sus etapas iniciales. Agricultura Orgánica (Planeta 1992) fue una creación colectiva en la que resultó fundamental el empuje y la experiencia editorial de Pipo Lernoud, que venía de dirigir El Expreso Imaginario y Canta Rock. El Libro de la Huerta surge como idea a finales de la pandemia, que nos reunió como vecinos a Pipo y otro viejo amigo, Juan Carlos Kreimer (revista Uno Mismo, Bicizen y más de 20 otros títulos publicados). La idea era renovar el viejo libro con el foco puesto en la huerta. A partir de ahí convoqué a un grupo de autores y autoras, todos ellos especializados en sus respectivas áreas, para ir completando o corrigiendo aquellos capítulos del viejo libro que necesitaban una revisión.
–En el comienzo mencionas la época de los 60 y 70, cuando la agroecología se entremezclaba con el rock y la contracultura. ¿Cómo recordás esa época?
–Eran tiempos de mucha efervescencia política, donde se cruzaba la rebeldía del rock con la contracultura y los vientos de revolución. Al promediar los años 70, en plena agitación política y cultural de los jóvenes, surgió la reacción cívico-militar con una represión sin precedentes en nuestro país, un genocidio. En ese clima de época fue que muchos optaron por el exilio, mientras que otros decidieron migrar hacia el interior del país. Rescato de aquellos tiempos los ideales de amor y paz que nos llegaba del movimiento hippie originado en el Norte Global, y la incorporación de saberes y tradiciones provenientes de culturas milenarias, como las de Oriente. Sin embargo en Latinoamérica el movimiento neorrural fue mayormente influenciado por tradiciones culturales que ya existían en los territorios y que fuimos haciendo propias. Muchos, casi todos, nos fuimos al campo a “hacernos nativos”.
–En el libro afirmas: “Necesitamos expandir la agroecología y reemplazar el modelo industrial actual”. ¿Por qué?
–Lo explica bien Vandana Shiva, autora del prólogo primero del libro: “La agricultura y los sistemas alimentarios basados en combustibles fósiles están destruyendo el clima, la biodiversidad y nuestra salud”. Volviendo del plano global a nuestro país, tan sólo en los últimos 30 años se desmontaron 8 millones de hectáreas de bosques nativos para ampliar la frontera agropecuaria. Han transcurrido más de 50 años desde la Revolución Verde, el proceso que promovió el uso de fertilizantes y pesticidas sintéticos, las semillas híbridas y luego las transgénicas, el monocultivo de commodities. Los resultados son el despoblamiento rural, la degradación de los suelos, la pérdida de biodiversidad y la concentración del negocio en pocas manos. Y todo esto agravado a lo largo de esos mismos 50 años por los efectos de la crisis climática, como la sequía más larga de la historia, que tuvo lugar hace poco. Ya no se sostiene la ficción de que “este país se salva con una buena cosecha”. Las buenas cosechas todavía pueden darse, pero carecen de toda previsibilidad. Contrariamente a lo que se suele creer, el extractivismo no es solo minería, hidrocarburos y sobrepesca, es también producción agropecuaria, silvicultura y otros usos de la tierra. Según el último Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero (GEI), publicado en 2021 por el hoy degradado Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, estas actividades aportan casi el 40% de los GEI. Pero a eso hay que sumarle lo generado en la distribución de los commodities producidos, y es así como llegamos al 50% que mencionaba Shiva, un número que se repite a escala global. La conjunción única de factores climáticos que hizo posible la agricultura durante los últimos 11.000 años se está desestabilizando rápidamente. El sistema viviente de la Tierra, la biosfera, no soporta más la carga que le impone nuestra forma de relacionarnos con ella. Nos queda por delante la tarea de cambiar este modelo, un paradigma extractivista, por otro que regenere el suelo, le devuelva su equilibrio biológico y lo descontamine.
–Las ilustraciones son un componente clave del libro además que se engarzan dentro de toda una tradición de ilustración botánica. ¿Cómo lo trabajaron y por qué decidieron darle tanta preponderancia?
–El libro cuenta con más de 140 gráficos e ilustraciones originales, algunas de ellas a cuatro colores. Desde el vamos quisimos que las imágenes le aportaran al libro una estética distintiva que se inspira por una parte en los extraordinarios dibujos botánicos de la Enciclopedia Argentina de Agricultura y Jardinería de Parodi, actualizada por Milan Dimitri (Ed. ACME, Buenos Aires, 1987) y por otra en las ilustraciones de La Vida en el Campo y El Horticultor Autosuficiente, de John Seymour (Ed. Blume, Barcelona, 1979-1980). Al cabo de varias rondas de selección de dibujantes nos decidimos por Gabriel Baloriani y su equipo. El Libro de la Huerta es un manual, por lo que el dibujo técnico naturalista juega un rol fundamental: queríamos que cada especie fuera fácilmente reconocible a través de las ilustraciones, incluso más que si se tratara de fotografías.
–Un factor clave que se destaca en el libro y que cada vez lo observamos con mayor presencia en los hogares es el compost. ¿Te parece importante reivindicar y expandir su práctica?
–Los que separamos la basura y reciclamos nuestros residuos orgánicos decimos que compostar es un camino de ida. Una vez que te das cuenta de que el desecho orgánico puede transformarse, con poco trabajo, en un sustrato capaz de generar más vida, ya no podés seguir tirándolo a la basura como antes. No hay basura en la naturaleza, la basura es un invento humano. Uno de los peores.
–El politólogo Pablo Stefanoni publicó hace unos años un libro llamado ¿La rebeldía se volvió de derecha? en donde señalaba cómo ciertos sectores de ideología de extrema derecha se convertían, hoy por hoy, en el sector más disruptivo que disputaba el sentido común hegemónico. Teniendo en cuenta esto, ¿podría pensarse que la huerta puede ser una suerte de nueva revolución?
–En referencia al excelente trabajo de Stefanoni, creo recordar que él mismo admite en una entrevista que la elección del título del libro se trató, como pasa a menudo, de una decisión editorial más que del señalamiento de una realidad. En mi opinión, la derecha vernácula cambió de estilo: se hizo soez e irrespetuosa, pero no rebelde o disruptiva. Lejos de eso, la derecha se hizo más reaccionaria y más conservadora. A medida que el capital y el poder se concentran en menos manos, las democracias representativas indirectas pierden su capacidad de brindar bienestar y devienen dispositivos de opresión. La reacción no es rebelde ni revolucionaria sino que se opone a la rebeldía, trata de acallarla, de suprimirla. Hoy se pone en evidencia la finitud de los recursos del mundo, se extiende y profundiza la “acumulación por desposesión”. Hace no mucho, la actual canciller Mondino dijo, refiriéndose al consumo de electricidad, que de reactivarse la industria durante el verano no alcanzaría para todos. Y con esa perla, “No hay pa’ todos”, sin querer sintetizó el consenso extractivista que atraviesa a todo el espectro de la ultraderecha: los recursos se están agotando, son cada vez más escasos y serán cada vez más caros. No hay para todos, es todo para nosotros. La revolución de nuestro tiempo está dada, según Shiva y este compilador, por el grado de autonomía que logremos conseguir. Y es aquí donde las huertas urbanas, rurales, comunitarias o familiares pueden tener un efecto revolucionario.
–Es interesante, en un contexto de cada vez mayor expansión urbana, el capítulo sobre la huerta en la ciudad. ¿Qué opinás al respecto?
–Las huertas urbanas están floreciendo aquí y en muchas otras partes del mundo como una reacción a la artificialidad creciente de la vida en la ciudad. Muchas de ellas son espacios comunitarios, eje de reunión entre personas que aman la naturaleza pero no pueden darse el lujo de disfrutarla en su estado prístino. Las huertas comunitarias son espacios de encuentro y de trabajo compartido. Además, las huertas en la ciudad sirven para que chicos y grandes acompañen el proceso de la producción de alimentos, ignorado por la mayoría de los urbanitas.
–Muchos te conocen de tu cuenta de instagram @elviejofarmer. ¿Cómo te sentís en esa faceta?
–El Viejo Farmer es un personaje creado a partir del apodo que le dábamos a un viejo amigo, José Luis D’amato (revista Mutantia): el Farmer. También se inspira en un cómic de Robert Crumb: Mr. Natural, un presunto profeta, sesentón y de barba blanca, que anda por la vida regalando sus “perlas de sabiduría” (sin que nadie se lo pida). Instagram es un entorno más amable que X y más inmediato que Facebook. El formato de reels, videos muy cortos que transmiten una enseñanza, un saber, es muy popular en estos tiempos de inmediatez, y a mi edad ya aprendí que no hay que malgastar energía yendo contra la corriente. Lejos de lamentarse por los achaques debidos a la edad o por el rumbo que va tomando el mundo, el viejo agricultor trata de acompañar sus consejos y reflexiones huerteras con un mensaje de inspiración, de esperanza. La mayoría de mis seguidores van de los 25 a los 45 años de edad, y quiero creer que piensan “si este viejo puede producir sus propios alimentos, ¿cómo no voy a poder yo, que soy mucho más joven?”. Eso me da fuerzas para seguir esparciendo mis “perlas de sabiduría”, a lo Mr. Natural, sin que nadie me lo pida.
–Por último, ¿Cómo te gustaría que el libro fuese leído?
–Fue concebido como un dispositivo de supervivencia, un manual que acompañe la transición hacia un futuro muy cercano de descenso energético y de gran simplificación. En un contexto así, será preciso recuperar oficios y habilidades básicas como hacer ropa, construir casas bioclimáticas y captar y almacenar agua. Dentro de ese arca, de esa “caja de herramientas para habitar el futuro” nuestro aporte es este manual, que nos muestra cómo producir alimentos sanos y abundantes en forma autónoma, con un mínimo de insumos externos.
Nació en Mar del Plata en 1955 y se recibió de médico veterinario en la Universidad de Buenos Aires. Cofundador de organizaciones pioneras en agroecología, es uno de los introductores de la agricultura orgánica en la Argentina.
Es coautor y compilador del primer libro sobre agricultura orgánica publicado en América Latina, Agricultura orgánica: experiencias de cultivo ecológico en Argentina (Planeta, 1992).
Recibió el 1° premio al Emprendedor Agropecuario del Banco de Crédito Argentino 1993 y presidió la XII Conferencia Internacional de Agricultura Orgánica de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM).
El libro de la huerta, de Guillermo Schnitman (La marca editora).