La Marca Editora

La pelota no se mancha, se narra

En estos días de duelo las anécdotas se abrieron paso en la memoria colectiva y, redes sociales de por medio, circularon por el planeta.

Aunque nunca lo hubiéramos cruzado a lo largo de nuestra vida, aunque solo lo hayamos visto a distancia, en el campo de juego o en la pantalla de un bar repleto de hinchas, todos tenemos alguna anécdota donde aparece Diego Armando Maradona. En estos días de duelo esos relatos se abrieron paso en la memoria colectiva y, redes sociales de por medio, circularon de manera frenética por todo el planeta. 

Dentro de las diferentes historias sobre el Diez destacan los que podemos definir como “relatos de frontera”. Son historias que afectan a los viajeros que se animaron a cargar su mochila y salir a ver el mundo más allá de Ezeiza. La anécdota es siempre más o menos la misma: un argentino o argentina se encuentra en una aduana o paso fronterizo de un país de nombre impronunciable en Asia o África, es de noche y nieva (o es mediodía y hay un sol que raja la tierra). En otras versiones, el coche del viajero quedó varado en un camino inhóspito de una región olvidada por los mapas donde se habla una lengua imposible. El diálogo es breve y sigue siempre la misma fórmula: Where are youfrom? Argentina. ¡Maradona!!!

Fin de los problemas. Mágicamente las fronteras se abren, se levantan las barreras, las aduanas se aceitan y aparecen de la nada decenas de personas dispuestas a reparar el motor que se niega a arrancar. Puede ser en Kazajistán, Nigeria o en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. Algunos de estos relatos terminan en opíparas cenas en casa de los vecinos, todos sentados sobre la alfombra, bajo el amparo de una idolatrada imagen del D10S arrancada de las páginas de una revista deportiva y fijada a la pared con cuatro chinches. Santa Maradona hizo posible el milagro. 

Diego Armando Maradona también generó relatos en formato fotográfico y audiovisual que ya entraron en la Historia Universal del Deporte. Goles o fintas vistas una y otra vez, en la pantalla televisiva o del móvil, en cámara lenta o a velocidad normal (¿normal?), con música o con la voz del afortunado relator que le tocó estar frente al micrófono en ese mágico momento. Vemos estas imágenes solos o en compañía. Siempre con Maradona.

Entre los relatos deportivos no se pueden dejar de mencionar las historias de los jugadores que compartieron camiseta con Maradona. Cuesta encontrar jugadores que hablen mal del Diez. Todo lo contrario. Maradona fue generoso con los otros jugadores y, sobre todo, con los que lo seguían en la tribuna. Los más viejos recordarán por siempre dónde estaban el día de los dos goles a Inglaterra. Y esa ya es una historia para compartir. A los más jóvenes solo les queda recordar qué estaban haciendo el 25 de noviembre de 2020 a mediodía cuando el corazón de Maradona dijo basta. Más historias para contar. 

Hay miles de relatos que tienen a Maradona por protagonista. Relatos de solidaridad, de salvajadas nocturnas, de gauchadas inmensas y de denuncia a la mano negra de la FIFA. De ahí que viviera tres cuartas parte de su vida lidiando (peleando, aprovechando, siendo explotado, peloteando) con los medios de comunicación. Maradona siempre garantizaba un titular para mañana, una declaración polémica para abrir el noticiero de la noche, una “breaking news” a toda hora. También la literatura dijo presente. Todos los escritores amantes del fútbol (Fontanarrosa, Villoro, Galeano, Casciari) han escrito algo sobre el Diez. Hasta un “fake” de Cesar Aira que bien podría haber sido suyo circuló en las redes mientras el cuerpo de Maradona volaba por una autopista rodeado de motocicletas como si estuviera en Nápoles. 

Maradona fue un gran comunicador. Hizo suyo el famoso apotegma de la Escuela de Palo Alto: “No se puede no comunicar”. Maradona, en primer lugar, hablaba con el cuerpo dentro de la cancha. El videoclip con la música de “Life is life” mientras precalentaba antes de un partido del Napoli contra el Bayern es una maravilla de la comunicación kinésica. Fuera de la cancha tampoco se quedaba callado. Parole, parole, parole. Palabras sudadas al final de un partido, palabras balbuceadas en la puerta de un hospital, palabras pronunciadas frente a las cámaras en “La noche del 10” como respuesta a su propia pregunta (Maradona versus Maradona). Maradona siempre comunicaba algo. 

Maradona era barroco. Sus goles y jugadas magistrales deben ser vistas desde diferentes perspectivas para poder apreciarlas plenamente. Su lenguaje también lo era. La verborragia de Maradona, como sus movimientos en el campo de juego, estaba plagada de arabescos discursivos y frases inolvidables. Podría decirse que dominaba el lenguaje popular casi tan bien como la pelota, sobre todo el formato breve de la “cultura snack”. Las frases breves, lapidarias y meméticas como un tuit escrito con muy mala leche eran su especialidad. Hagamos memoria: “La mano de Dios” “La pelota no se mancha” “Se le escapó la tortuga” “Yo crecí en un barrio privado de Buenos Aires. Privado de luz, de agua, de teléfono” “Me cortaron las piernas” “Me siento más sólo que Kung Fu” “Ganarle a River es como que tu mamá te venga a despertar con un beso a la mañana” “La Selección es un Rolls Royce lleno de tierra, hay que limpiarlo” “Los boludos son como las hormigas, están en todas partes del mundo”  “En la clínica hay uno que se cree Robinson Crusoe y a mí no me creen que soy Maradona” “Un Boca-River es distinto a todo. Es como dormir con Julia Roberts”  

Mejor no seguir para, como él mismo dijera, no tener que pedir perdón a las damas presentes en la sala. Es muy probable que dentro de muchos años estas expresiones sigan siendo utilizadas por los hablantes pero ya nadie recuerde quién las pronunció. Un Maradona anónimo y eterno.

Al igual que Donald Trump, Maradona fue (es) un gran generador de portadas. Si durante cuatro años el presidente de Estados Unidos inspiró a los mejores ilustradores, quienes nos regalaron algunas de las imágenes más sugerentes de la historia del periodismo, las primeras páginas de los diarios que anunciaban la muerte de D10S también entrarán en los museos junto a los trofeos y las camisetas firmadas. Más historias, en este caso gráficas, para poner en la columna del haber. Y no nos olvidemos de los documentales que ya circulan por las plataformas (Maradona en el Napoli, Maradona en el Barcelona, Maradona en el Sevilla…) ni de los que seguramente se estrenarán antes de la próxima cuarentena.

De frente a tantas narrativas e historias, y ante la infinita serie de interpretaciones y apropiaciones de las que ha sido objeto Maradona, no queda mucho por decir. Maradona se ha convertido en un “significante vacío” donde cada uno mete el significado que prefiere: Dios, ídolo, héroe nacional, cocainómano, machista o lo que venga. “Un dios polisémico”, lo definió Eduardo Fidanza en Perfil. Maradona es hoy una Máquina Narrativa Universal que seguirá funcionando por muchos años, produciendo sin parar historias que pasarán de generación en generación, de boca a oído, de celular a celular. 

Todos tenemos una historia donde Maradona es protagonista para contar. Esta es la mía. Cuando llegué a Italia en 1990, tres meses después del Mundial, estuve un buen tiempo sin papeles y ganándome la vida con trabajos temporales junto a inmigrantes de medio planeta. Un día me tocó ir a una empresa con un chico de Marruecos que había llegado a Italia con la intención de ser el nuevo Ruud Gullit, la gran estrella del Milán de Silvio Berlusconi. Nos pusimos a charlar sobre nuestros respectivos idiomas y me pidió que le escribiera algo en español. Después él tomó el lápiz y garabateó algo en árabe. 

- ¿Qué significa eso que escribiste?, me preguntó. - M-A-R-A-D-O-N-A. Nos reímos un buen rato. - ¿Y vos qué escribiste? - AL·LAHU-ÀKBAR (Allah es grande). “La gloria sea con aquel que no muere” (J.L. Borges, “Los dos reyes y los dos laberintos”). 

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