La familia directa de Borges suma a un apellido patricio, el de su madre Leonor Acevedo, provienente de una raigambre de terratenientes, uno de prosapia guerrera, el de su padre, hijo de cinco generaciones de militares. La relación traumática de Jorge Luis Borges con su condición de argentino estuvo signada en gran medida por su vasto conocimiento de la cultura universal. Pero además porque creció en un ambiente donde nadie se enorgullecía del todo de ser argentino. Una parte de su obra está cruzada por una serie de preguntas sobre el valor general de la cultura argentina, casi como un modo de preguntar si valía la pena serlo. Hablando de la jura de la independencia nacional en 1816, escribe con cierta sorna: Nadie es la patria, pero todos debemos ser dignos del antiguo juramento que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban, argentinos de ser lo que serían por el hecho de haber jurado en esa vieja casa.
En sus poemas, Borges juega reiteradamente con la idea de ser de otro lugar.
Un mañana
(…) Yo, que padecí la vergüenza
de no haber sido aquel Francisco Borges que murió en 1874
o mi padre, que enseñó a sus discípulos
el amor de la psicología y no creyó en ella,
olvidaré las letras que me dieron alguna fama (…)
–en El oro de los tigres
La sensación más clara de pertenencia que deja una recorrida por su vasta obra no es a un país ni a una religión ni muchísimo menos a un credo o una estética. Para Borges, la única pertenencia posible era la literatura.
Su historia comienza así: durante el embarazo de su esposa, el abogado y profesor de psicología Jorge Guillermo Borges tiene una preocupación central: hay en su familia una sucesión de parientes con serios problemas oculares, capaces de provocar la ceguera. El día del parto, Borges tiene una corazonada. Se convence de que la respuesta a la pregunta sobre si su primer hijo varón será víctima de la maldición familiar es conocer el color de sus ojos. Si son celestes como los de la madre, Leonor, el pequeño estará a salvo. Si en cambio son oscuros como los suyos, tendrá altas probabilidades de quedar ciego en la adultez.
El hombre desconoce que la mayor parte de los bebés, cuando nacen, tienen ojos claros. Y que, con el paso de los meses, se les oscurecen. El niño, entonces, está predestinado a la ceguera. Como lo sabe más temprano que tarde, buena parte de su vida puede verse como la carrera de un hombre contra el tiempo que le queda para leer y llenarse el cerebro de imágenes. Cuando finalmente, a los 55 años, Borges deja de ver, está preparado para eso, aunque pueda parecer duro, o raro. Ha dedicado toda su vida a esperar la ceguera.