Hacía ocho años que los escombros de la antigua Asociación Mutual Israelita Argentina dormían el sueño de los justos. Silentes, habían servido para ganar espacio a las aguas borrascosas del Río de la Plata, en la zona de Costanera Sur… Si existe algún lugar de Buenos Aires que sintetice el olvido con el rigor de una piedra perenne, tal vez sea el río. La ciudad de espaldas a él, por omisión lo constituyó en una tumba sin nombres. Eso ocurrió en el segundo lustro de los años ’70. Pero el fotógrafo Marcelo Brodsky estaba allí en 2002 registrando los restos que serían tapados por el futuro Parque de la Memoria, hasta que encontró un vértice tallado en negro sobre un resto de pared gris de granito. Pensó al principio que era un Maguen David, la estrella del rey bíblico, pero no: se trataba de un fragmento de la primera letra del frente de Pasteur 633. Comprometido con la causa por el atentado contra la Amia desde entonces, con los huesos rotos del antiguo edifico construyó una obra que luego donó a la institución judía. Ahora, junto al escritor judeomexicano Ilan Stavans, Brodsky –uno de los artistas visuales más globales de Argentina– acaba de publicar la fotonovela Once@9:53am (La Marca editora). Se trata de la recuperación artística de un género vilipendiado, centrado en la imagen, en un contexto en que se suben a Facebook seis billones de fotos por mes. Pero también la fotonovela de Brodsky&Stavans provoca una intervención política. “Nos concentramos en el Once porque entendemos que el barrio fue atentado –cuenta Brodsky–. De alguna manera, en la medida que no haya justicia eso se puede homologar a un agujero barrial, a un hueco de sentido, lo que habilita las ficciones. Desde la acusación de complicidad contra Menem hasta la acusación de que el gobierno de Cristina pactó la impunidad con Irán... La fotonovela participa con ironía de esas ficciones y propone un diálogo sobre el tema más allá del 18 de julio, el aniversario del atentado. Es una ficción, al igual que lo es la justicia cuando no puede avanzar.” Uno de los valores de Once@9:53 am reside en que retrata al barrio más abigarrado de Buenos Aires. Stavans crea la ficción de un fotógrafo free lance que trabaja ese fatídico 18 de julio –el día posterior a la final del Mundial de Fútbol 1994– sobre un reportaje del barrio para Playboy. Roli Gerchunoff, el personaje principal, está representado por el actor Diego Starosta. También participan el escritor Marcelo Birmajer y José de Olam, la rotisería que según las buenas lenguas (en idisch) tiene “el mejor pastrón de Buenos Aires”. “El arte permite abordar preguntas desde un lugar diferente. No me gusta esa tradición de posicionarse en el lugar de la víctima –subraya Brodsky–. A mí me interesa trabajar desde un lugar distinto; si a uno le tocó estar en ese lugar, correrse de ahí ya sea para enjuiciar al victimario o para asumir un rol de denuncia que pasa a la ofensiva con ideas. Las artes visuales en general tienen un rol de dinamizador de las discusiones políticas. En lo que hace específicamente con la violencia, como el terrorismo de Estado o el atentado de la Amia, me interesa salirme del lugar de la víctima y plantear que cualquiera podría haber estado en ese lugar. Entonces, de alguna manera plantear que todos somos víctimas y que hasta que no haya una condena, esa situación se mantiene.” Militancia visual. Si hay alguna obra que defina la praxis política del arte brodskyano, aquella es Buena Memoria. A la exposición que fue expuesta en más de ciento veinte ocasiones desde el ’97 (hasta el 6 de marzo estuvo en la Pinacoteca de San Pablo, Brasil), se la recuerda sobre todo por la foto sobrescrita del curso de 1967, 1er año 6ª División Turno Tarde del Colegio Nacional Buenos Aires, donde cursó el fotógrafo. Claudio y Martín están tachados, porque siguen desaparecidos. Cuando llevó la obra a México, visitó a Juan Gelman y descubrió una foto que le resultó familiar. “A ese pibe, lo conozco”, le dijo al poeta. Era Marcelo Ariel, el hijo desaparecido de Gelman que iba un año posterior a Marcelo Ariel Brodsky en el Buenos Aires. En Nexo, una muestra de principios de este siglo, el artista también mostraba la foto de su hermano, Fernando Rubén Nando Brodsky, siendo un reo de la Esma, una imagen tomada por Víctor Basterra, también detenido por entonces. La portada del libro originada por aquella exposición estaba ilustrada por el “Autorretrato fusilado” que Brodsky se tomó en la Plaza de San Felipe Neri, “donde Franco fusilaba a los republicanos”, en 1979, por la época en que desapareció Nando, el 14 de agosto. El joven exiliado militaba en el ERP. El 17 de mayo de 1977 fue baleado en una pierna en Plaza Flores. Zafó “por un desconocido”. Se convirtió en prófugo. Salió del país por Misiones hacia Brasil, y desde allí hacia Barcelona, donde estudió Economía y aprendió el ars fotografica con Manel Esclusa, que por entonces cofundaba Alabern, el célebre grupo de “fotografía de autor”, junto a Joan Fontcuberta y aliados. En 1984, Marcelo repuso sus anhelos en suelo argentino, regresó. Como a tantos exiliados, la Argentina le pareció un país desconocido. Regresó a España y fundó Latinstock, un banco de imágenes con impronta estrictamente latinomaericana, que está en 13 países. “Tengo una parte de compromiso con la memoria de nuestro país y otra con el rol de la fotografía latinoamericana. Es una militancia visual que sigue la tradición de los Coloquios Latinoamericanos de Fotografía, que empezaron en México en el ’78. Los fotógrafos latinoamericanos que se habían reconocido en el circuito global eran pocos. Ahora hay una especie de revisionismo de la historia de la fotografía en que las regiones fuera del eje Europa-Estados Unidos están adquiriendo mayor peso. Eso me interesa porque me parece más real.” Con ese espíritu, Brodsky organizó en 2007 y 2010 junto al brasileño Iata Cannabrava los Foros Latinoamericanos de Fotografía de San Pablo. De allí salió el proyecto de un Fotolibro Latinoamericano, una recopilación de los mejores libros de fotografía del continente, inspirado en The Photobook. A History, de Martin Parr y Gerry Badger . “Mi trabajo también trata de la consolidación de los fotógrafos latinoamericanos en el circuito global de la producción de imágenes.” La deuda interna. El trabajo de Brodsky es el de un explorador. Así encontró los escombros de la mutual judía, la foto de su hermano antes de desaparecer, un sentido social a su fotografía. Su oficio es encontrar. Encontrar y comprometerse con el hallazgo hasta re-almarlo, es decir restituirle su alma. “…No era mi intención encontrarme con esas piedras, pero me las encontré qué va a hacer: había que rescatarlas y trabajar con ellas. Mal que me pese, me tocó a mí. Y uno tiene un rol, y habrá que cumplirlo y listo. Lo que eso traiga después, bueno, pues habrá que apechugar.” Por supuesto, hay toda una línea del trabajo de Brodsky que actúa como sopeso, una mansedumbre poética que le permite transcurrir por zonas menos turbulentas de la vida. Tal es el caso de Correspondencias Visuales, una muestra de fotografías y dibujos –también devenida en libro– que surgen del diálogo fotográfico con Parr, Esclusa, el mexicano Pablo Ortiz Monasterio o el brasileño Cassio Vasconcellos. Aún así, su trabajo con la memoria es de una potencia trascendental. Ahora prepara para la Bienal de Harlem 2010 un trabajo sobre el vínculo de Nueva York y la Argentina en torno a los derechos humanos, bajo la referencia luminosa de la figura del rabino Marshall Meyer. –¿Qué diferencia a Once@9:53 am de su trabajo sobre el terrorismo de Estado? –En que por lo menos, en el caso de la dictadura, los juicios avanzan. Y que los acusados se están sentando en el banquillo, con lo que hay una situación terapéutica para las víctimas, que consiste, además de lo judicial, en poder putear a los asesinos. En el caso de Amia, es algo que no ha podido ser llevado adelante. Once@9:53 am se exhibe en el C.C.R. Rojas (Avda. Corrientes 2038) hasta el 11 de junio. El 24 de mayo a las 11.30 hs, habrá una caminata por el barrio con el fotógrafo y Pablo Jacoby, el abogado de Memoria Activa.