El Siluetazo
por Marcelo Brodsky
El Siluetazo fue uno de los hechos artísticos más fuertes que se produjeron en la Argentina durante el siglo xx. ¿Dónde están los desaparecidos? ¿Qué hicieron con ellos? La pregunta sin respuesta inundó las calles de las ciudades del país cuando cayó la dictadura y se estaba recuperando la democracia. Las siluetas se estamparon en paredes, persianas y señales urbanas exigiendo verdad y justicia. Poco a poco se fueron desvaneciendo de las calles de la ciudad, pero dejaron impreso su reclamo en la memoria colectiva. La interpretación artística de lo que estaba sucediendo se integró en las movilizaciones populares que exigían juicio y castigo a los asesinos de la dictadura, legitimándose de hecho como una poderosa herramienta de lucha callejera. El Siluetazo empezó a formar parte, al mismo tiempo, de la historia de la lucha por la plena vigencia de los derechos humanos y de la historia del arte en la Argentina. Por ese motivo, el registro fotográfico de ese nuevo lenguaje es la imagen inicial de Nexo.
Mármol, imagen y martirio
por Horacio González
Las obras de Marcelo Brodsky tratan del tiempo, hacen llorar un llanto interno, callado, y obligan a pensar en la fotografía como un arte que aún no habíamos comprendido acabadamente. ¿No es que la fotografía aparece como la recreación de una inmerecida inmortalidad? Porque a la ambición de captar el instante la solemos justificar como una incómoda pero necesaria justicia frente a la irremediable fugacidad del mundo. La modesta mímesis de la fotografía parece resolver entonces una codicia muy comprensible de la conciencia: eternizar lo pasajero y vano del tiempo.
El espectáculo se completa con lo que cada imagen así capturada invita a conjeturar. He aquí que cuando observamos una foto se produce un drama a distancia. El tiempo ha hecho sus advertencias, pero algo permanece en franco desacato. Se dirá que así es la memoria, que así disponemos nuestra observancia hacia lo que llamamos arte, precisamente porque sabe emancipar ciertos objetos del normal flujo del tiempo.
Y ahora se preguntará por el modo en que, a partir de una foto, la realidad incautada por ella puede volver a materializarse. Nexo puede considerarse un atrevido intento de fusionar la imagen con las cosas, como si las artes representativas hubiesen surgido de una falla imperdonable. Proyecto asombroso que, lejos de generar cualquier complacencia con lo trágico y terrorífico de una historia, lo pone definitivamente de relieve. Es como si en la historia de la fotografía y en sus posibilidades técnicas quedase encerrada la posibilidad de una reflexión sobre los hechos más hórridos de la historia contemporánea.
El arte mnemónico de Marcelo Brodsky
por Andreas Huyssen
En Europa o en los Estados Unidos, los críticos de mi generación teníamos una imagen de América latina formada por las novelas del boom, un fenómeno latinoamericano en el que no resultaba siempre fácil para el lector extranjero interesado detectar las diferentes resonancias históricas y tradiciones nacionales. En los países del Norte, esa literatura ha sido inclusive leída y recibida como un ejemplo de posmodernismo avant la lettre. Hoy, el boom es historia y la actual producción literaria de América latina está muy lejos del éxito internacional de escritores como Cortázar, Fuentes, García Márquez, Amado o Vargas Llosa.
Se observa, sin embargo, una creciente notoriedad de las artes visuales latinoamericanas. Dentro de ese pequeño boom hay obras que abordan el trauma histórico y la memoria de las dictaduras de los años setenta y ochenta, y cuya resonancia es muy poderosa fuera de Latinoamérica. Es como si lo que los alemanes llaman Vergangenheitsbewältigung (superación del pasado) se hubiera convertido ahora en un proyecto casi global de política de la memoria en el cual el componente latinoamericano constituye una parte cada vez más audible.
Cuando viajé por primera vez a Buenos Aires, hacia fines de los años noventa, para dictar una conferencia sobre política de la memoria (fragmentos de los cuales publicó Radarlibros el 9 de agosto de 1998), me topé con una exposición en el Centro Cultural Recoleta que me llamó inmediatamente la atención y me conmovió. Una pequeña multitud –en su mayoría padres con sus hijos y grupos de adolescentes en un paseo de domingo– estaba reunida en torno de una obra titulada Buena memoria, de un artista a quien yo no conocía. En el centro de la instalación se veía una foto enorme de una promoción del primer año del Colegio Nacional de Buenos Aires. Había sido tomada en 1967, mucho antes de la última dictadura. La foto mostraba múltiples marcas agregadas y anotaciones en distintos colores. Los rostros estaban tachados; los cuerpos, inscriptos, grabados. Las marcas y escrituras indicaban desapariciones, muertes y exilio. Los textos eran bastante lacónicos, reticentes, pero les añadían a los rostros adolescentes una dimensión fantasmal. Como si la foto fuera visitada por el espectro de un futuro aterrador, representable menos en imágenes que en palabras. Se trataba de una simple obra de testimonio fotográfico de lo que le había ocurrido a un curso de estudiantes de una escuela secundaria de Buenos Aires. Una obra eficaz para despertar preguntas de los jóvenes del público a sus padres y explicaciones de los padres sobre el pasado reciente del país. Los asistentes estaban manifiestamente conmovidos y afectados por la primera exposición de Brodsky.
Gran parte de la nueva obra de Brodsky gira en torno de la memoria de los desaparecidos, ya sea a través de la recreación de un depósito de la ESMA, titulada El Pañol y atestada de los sonidos y olores de ese atroz centro de tortura, o bien de la conmovedora serie de fotografías de los árboles plantados en el Bosque de la Memoria por iniciativa de la Universidad de Tucumán, dedicados, cada uno de ellos, a los desaparecidos de la región. Los in memoriam cuelgan suspendidos de las ramas: fragmentos de escritura envueltos en plástico, expuestos a la intemperie, amarillentos y arrugados, el texto apenas legible.
Proyectos como Nexo, de Marcelo Brodsky –artista también activo en el movimiento de derechos humanos– pertenecen a la asombrosa emergencia en el arte posminimalista y posperformance de lo que yo definiría tentativamente como Memory art, arte que hace memoria, una práctica artística que se aproxima a la prolongada y compleja tradición del art of memory, de las técnicas para recordar, con su mixtura de texto e imagen, de retórica y escritura. Una suerte de arte mnemónico público que no se centra en la mera configuración espacial sino que inscribe fuertemente en la obra una dimensión de memoria localizable e incluso corporal. Se trata de una práctica artística que vulnera los límites entre instalación, fotografía, monumento y memorial.
Su lugar puede ser el museo, la galería o el espacio público. Su receptor es el espectador individual, pero él o ella es convocado no solamente en tanto individuo sino también como miembro de una comunidad que enfrenta el trabajo de la conmemoración.