Se fue a vivir al vivir al campo recién recibido de veterinario y desde el vamos empezó haciendo algo distinto: en lugar de dedicarse a la cría, como todos en la zona de Chascomús (Buenos Aires), se le dio por hacer invernada de vaquillonas. “Todo esto muy influenciado por las enseñanzas del francés André Voisin y acá en la Argentina por el ingeniero Edgardo Vanoni; creo que fui el ´primero del barrio´ en poner en práctica un sistema de pastoreo rotativo intensivo”.
Quien habla es Guillermo Schnitman, más conocido en redes como el @ElViejoFarmer que acaba de publicar El Libro de la Huerta, una guía para ayudar a diseñar, construir y cuidar una huerta agroecológica “con miras a una mayor autonomía alimentaria” con artículos de distintos especialistas. Algunos de los temas abordados son Permacultura, Agroecología, Agricultura Regenerativa, Compost y Lombricompuesto, El Mulch o Acolchado, Plantas indicadoras, Asociaciones favorables y desfavorables, Fruticultura Orgánica, Manejo Agroecológico de Adversidades y una sección de Fichas donde se describe en detalle las características y el cultivo ecológico de las 37 hortalizas más demandadas. El libro se presenta este viernes 28 de junio a las 7 de la tarde en el Centro Cultural San Martín, Sala D, Sarmiento 1551, CABA.
El espíritu del libro tiene que ver con que, desde sus inicios, este veterinario tuvo (y tiene) su propia huerta y siempre se inclinó por evitar el uso de productos químicos en su campo ganadero (y no solo ganadero, como se verá más adelante) Las Palmeras.
“El predio no era muy grande, poco más de 300 hectáreas, y había algunos manchones de tierra negra y fértil. A mí me encantaba efectuar personalmente el laboreo de la tierra con labranza vertical (era el único en la zona experimentando esta novedad) y la siembra de pasturas. Así, empecé directamente a probar con técnicas de agricultura orgánica para sembrar lino, girasol, trigo, avena, maíz y moha para rollos”, explica.
-¿Cómo se capacitó en este tipo de producción?
-Por entonces, a fines de los 70, la única alternativa ecológica más o menos desarrollada a nivel mundial era la vieja agricultura orgánica, nacida a principios del siglo XX, con personalidades como Rudolf Steiner, creador de la agricultura biodinámica, que es la madre de la agricultura orgánica. Esta última se desarrollaría después, con referentes tales como Lady Eve Balfour y Sir Albert Howard, que importó el método de compostaje térmico de la India. Las principales lecturas que me acompañaron en aquellos inicios fueron los libros de André Voisin (Dinámica de los Pastos, Productividad de la Hierba), Bill Mollison (Permacultura 1) y John Seymour (La Vida en el Campo).
-Esta información, ¿figura en El Libro de la Huerta?
-Sí, en la primera parte. A Sir Howard lo mandaron del Reino Unido a su principal colonia, la India, para que les enseñara a los nativos técnicas agrícolas modernas. Y el inglés se dio cuenta que lo mejor que podía hacer en vez de enseñar, era aprender. Muchos años después volvió a Inglaterra cargado de saberes e inspiración: introdujo en Occidente el “método Indore” de compostaje térmico, vastamente utilizado hasta hoy para reciclar material orgánico de desecho. En el libro tenemos desarrollada una línea de tiempo que explica cómo fue la evolución de las agriculturas alternativas. Muchos piensan que todo empezó a partir de la Agroecología a finales de los 70, principios de los 80. Eso no es así y en el libro tratamos de aclararlo con un paneo de todas las escuelas que la antecedieron.
–¿Qué le decían cuando contaba que iba a producir sin químicos?
-Nunca tuve por costumbre “evangelizar” ni dar consejos sobre cómo hacer las cosas, mucho menos a gente que llevaba viviendo en la región por generaciones. Creo que eso me ahorró algunos sinsabores. Hice como el viejo Howard; me dediqué a escuchar, a entender, a aprender y a practicar. Además, en esa época todavía no estaba tan difundida la agricultura basada en productos químicos sintéticos y todavía persistían frescas muchas técnicas de labranza, de rotación y de sucesiones de cultivos que, bien manejadas, evitaban el uso de agroquímicos. En vez de salir a “difundir el mensaje” agroecológico, me limité a mostrar lo que yo hacía en mi campo a muchos vecinos, a gente particular y de universidades que querían venir a ver cómo era eso de producir más gastando menos y sin contaminar nada.
-¿Cómo fue ese proceso de difusión?
-En 1992 fui “descubierto” por el por entonces director del ISEA, Instituto Superior de Enseñanza Agropecuaria dependiente de la SRA, el reconocido Doctor en Agronomía Darío Bignoli, quien me llevó a su escuela para enseñar producción orgánica. Poco después me presenté al Premio al Emprendedor Agropecuario con el proyecto desarrollado en mi campo Las Palmeras, donde además de practicar ganadería Voisin había excavado una laguna artificial que formaba un circuito hidrológico, había plantado 10 hectáreas de pecán, tenía un bosque de acacias blancas para sacar postes y leña, un estanque de cría de peces, una huerta orgánica y además producía girasol confitero orgánico para exportación. Ganamos el primer premio. Creo que hoy ya no quedan muchas dudas acerca de las bondades de la agroecología. Muchos hace rato que se dieron cuenta de que un modelo de producción basado en el monocultivo, a base de químicos y petróleo barato, como lo fue por décadas, no es sustentable y lo será cada vez menos.
-Usted es veterinario, ¿cómo fue el ejercicio de su profesión?
-Nunca me dediqué a la clínica más allá de mi propio campo, con mis animales. Usé medicina convencional y vacunas solo para aquellas enfermedades endémicas, como las parasitosis y la aftosa. Esta última no admitía otra cosa desde el punto de vista legal. A mediados de la década de 90 fui contratado por el SENASA para redactar las Normas de Producción Orgánica de origen animal, que fueron rápidamente homologadas por la Unión Europea, cosa que nos permitió exportar carne orgánica a partir de 1995. Al poco tiempo fundamos, con otros dos socios, la empresa EcoPampa, que se dedicaba a asesorar campos, comprar su producción de carne vacuna orgánica certificada, elaborar, comercializar y exportar cortes de carne vacuna, enfriada y envasada al vacío. Eso fue entre 1995 y 1998.
-Volviendo al libro, ¿qué va encontrar el lector/a en él?
-Es, básicamente, un manual de huerta orgánica o agroecológica. La primera parte tiene que ver con la historia de las principales agriculturas alternativas y el contexto ecológico en que se vienen desarrollando: un aumento de la presión sobre los recursos del planeta impulsado por las fuerzas del mercado. Hoy se hace cada vez más evidente la escasez de recursos críticos, como el agua, el cobre, el litio y la energía fósil barata. El resto, la mayor parte del contenido, es un manual completo de huerta orgánica o agroecológica.
-Usted hace mucho hincapié en el cambio climático…
-Es que a esta altura es un fenómeno irreversible y que, en buena medida, se explica por nuestros patrones de producción y consumo. El consenso científico ya no duda de que este cambio (a esta altura deberíamos hablar de crisis) tiene su origen en la actividad económica basada en la quema de combustibles fósiles, que fue afianzándose en los últimos años, y que hoy en día aún no da señales de cambiar el rumbo de colisión que lleva, o por lo menos no con la urgencia y profundidad necesarias. Creemos que las actuales tasas de crecimiento de la economía –el crecimiento es la obsesión de todo economista– son incompatibles con la continuidad de nuestra especie y la de muchas más.
-¿Y qué propone?
-Respondo con la introducción del libro: “La Tierra ya no soporta más la carga que le impone nuestra forma de relacionarnos con ella. Es urgente que pasemos de explotar a regenerar”. De eso se trata el libro y la colección que inaugura con él La Marca Editora: Biblioteca de la Tierra.
-¿Esa es la esencia del Libro de la Huerta?
-Sí, este libro está orientado a dar vuelta la idea de explotación de la naturaleza; fue pensado como una guía que propone formas de producir vegetales sanos, sin insumos contaminantes, usando recursos al alcance de todos. Es necesario recuperar la antigua cosmovisión que antepone la vida en todas sus formas a la concentración de poder y riqueza. Para eso, es preciso volver a darle valor al trabajo agrícola con una visión ecológica y garantizar el acceso a la tierra para quienes la habitan y la cuidan.