Los primitivos grafitis argentinos fueron políticos. Se les decía pintadas. En realidad el primer grafitero es Domingo Faustino Sarmiento que, en Facundo -y en francés- escribió On ne tue point les idees, las ideas no se matan.
“A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda (…) escribí con carbón estas palabras: “On ne tue point les idées”.
Viniendo del prócer, suena creíble. En Vida de muertos, Ignacio Anzoátegui lo describe como alguien que pegaba gritos a toda hora y cargaba ideas como quien carga bolsas. No le importaba la elegancia. Sarmiento pensaba “la puta que lo parió” y escribía “la puta que lo parió”.
El grafiti, después de la pintada, aparece como una expresión subrogante, mucho más dedicada, mucho menos urgente. El Street Art –más cerca del skate que de Sarmiento- es directamente un atelier vagabundo donde las musas desfilan como Valeria Mazza. En el fondo, esto es el resultado de la vista gorda y la aceptación de cierto establishment. En la forma, Rodríguez Larreta debe preferir una metrópoli de cupcakes, piercings & tattoos (basta ver la programación del Canal de la Ciudad para vislumbrar que se viene Grafitilandia).
Atrás quedó la insubordinación de la pintada. Lo que alguna vez fue el ring raje y llegó a estas páginas como “acto de vandalismo”, ahora se firma con nombre y apellido. En esa pared, por ejemplo, leemos que dice Milu Correch. Veintipocos, decoradora de exteriores. Internet conduce a un teléfono y dos días después la autora de una colosal gigantografía de Mercedes Sosa está con vos para continuar la charla. “Debería nombrarte a Bansky, inagotable artista del grafiti británico, pero mis referentes son Lean Frizzera y Emi Mariani, muralistas de Capital. Podés descubrir sus trabajos en Coghlan o Villa Urquiza”. Gracias Milu.
Para que se entienda, del acto vandálico a que los administradores de consorcio cedan una medianera para los Siqueiros del mundo unido, hay un solo paso.
¿Todavía está vigente la farragosa disposición que prohibía “fijar carteles”? Fijar, muy de comandante en jefe, era una ordenanza que se oponía a la instalación de carteles en determinados lugares. Como sea, hecha la ley, hecho el stencil que, pegadito, autoriza la especie con idéntica y desafiante tipografía.
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Los primitivos grafitis argentinos fueron políticos. Se les decía pintadas. En realidad el primer grafitero es Domingo Faustino Sarmiento que, en Facundo -y en francés- escribió On ne tue point les idees, las ideas no se matan.
“A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda (…) escribí con carbón estas palabras: “On ne tue point les idées”.
Para ellos, Los Vergara fueron los grandes pioneros.
Viniendo del prócer, suena creíble. En Vida de muertos, Ignacio Anzoátegui lo describe como alguien que pegaba gritos a toda hora y cargaba ideas como quien carga bolsas. No le importaba la elegancia. Sarmiento pensaba “la puta que lo parió” y escribía “la puta que lo parió”.
El grafiti, después de la pintada, aparece como una expresión subrogante, mucho más dedicada, mucho menos urgente. El Street Art –más cerca del skate que de Sarmiento- es directamente un atelier vagabundo donde las musas desfilan como Valeria Mazza. En el fondo, esto es el resultado de la vista gorda y la aceptación de cierto establishment. En la forma, Rodríguez Larreta debe preferir una metrópoli de cupcakes, piercings & tattoos (basta ver la programación del Canal de la Ciudad para vislumbrar que se viene Grafitilandia).
Atrás quedó la insubordinación de la pintada. Lo que alguna vez fue el ring raje y llegó a estas páginas como “acto de vandalismo”, ahora se firma con nombre y apellido. En esa pared, por ejemplo, leemos que dice Milu Correch. Veintipocos, decoradora de exteriores. Internet conduce a un teléfono y dos días después la autora de una colosal gigantografía de Mercedes Sosa está con vos para continuar la charla. “Debería nombrarte a Bansky, inagotable artista del grafiti británico, pero mis referentes son Lean Frizzera y Emi Mariani, muralistas de Capital. Podés descubrir sus trabajos en Coghlan o Villa Urquiza”. Gracias Milu.
Para que se entienda, del acto vandálico a que los administradores de consorcio cedan una medianera para los Siqueiros del mundo unido, hay un solo paso.
¿Todavía está vigente la farragosa disposición que prohibía “fijar carteles”? Fijar, muy de comandante en jefe, era una ordenanza que se oponía a la instalación de carteles en determinados lugares. Como sea, hecha la ley, hecho el stencil que, pegadito, autoriza la especie con idéntica y desafiante tipografía.
Alejandro Güerri y Tomy Lucadamo inventaron una plataforma colaborativa en la que cualquiera puede subir sus imágenes de grafitis. Entre un montón de cosas, ellos son autores de Escritos en la calle, seguido de arrebatos que decoran y/o ensucian las paredes argentinas (eso depende de cuánto Eduardo Feinmann tengas en sangre). Para ambos, Los Vergara, trío humorístico nacido en años del Destape, continúan siendo pioneros del grafiti. A la fecha, el Siglo 21 simplemente angeliza lo que antes provocaba escozor: un mural del enigmático grafitero conocido como Banksy llegó a venderse en 137.000 dólares.
Dicen los autores de Escritos en la calle: “Los Vergara marcaron un hito. Cuando pensamos en los grafitis nuestros, pensamos inmediatamente en Los Vergara”. Y cuando decimos Los Vergara, decimos Hermanos Korol. O sea, el pibe que trabajaba con Tinelli haciendo cámaras ocultas, Diego Korol, es todo un hit en la historia del grafiti originario.
“Los Vergara firmaban lo que se les ocurría, muchas veces frases sustentadas en el humor y el absurdo”, cuenta Güerri. “La característica del grafiti era un mensaje anónimo que ellos alteraron para darse a conocer (...) El grafiti futbolero, en general, es una manera de marcar territorio. Vélez pinta Villa Luro y Liniers, River tiene su propio barrio, Ferro es Caballito. Junto con el fútbol, el rock también empieza a pintar las paredes en la década de ‘80”.
Buen dato.
“Sí, sí, el rock se futboliza con las pintadas”.
“El primer grafiti reconocido a nivel mundial coincide con el Mayo Francés y lo de la imaginación al poder. Luego se fue sofisticando la cosa hasta llegar a una especie de dibujo o ilustración que se encuentra a la altura de una obra de arte a cielo abierto. El Street Art”.
En 2009 nació el sitio web de pintadas y grafitis (www.escritosenlacalle.com). Guido Indij, gestor cultural y gurú de un ambiente donde los escritores importan menos que las editoriales, supo que ahí había un libro de lo efímero. “Para mí es un género que está buenísimo - Güerri no tuvo que insistir-. Esto también es literatura. Siento cariño por el grafiti y su capacidad de transmitir. Supongo que al saber que algo es pasajero, fugaz, transitorio, casi que te ves obligado a reparar en lo que dice. Y mirás”.
Comentan algo buenísimo: durante el día se ve menos de la mitad de las pintadas que hay en el inventario urbano. La palabra clave es “persiana”. Según nos informan, “las persianas de los negocios son imanes para el grafitero”. De día, están levantadas. En modo flâneur ambos proponen “paseos nocturnos” como ejercicio para entender de qué nos habla la ciudad”.
Muchachos, ¡patenten la idea!
¿El barrio más grafiteado? “El centro es el lugar de las paredes más políticas. Palermo y alrededores es típicamente Street Art. El resto son preferentemente futboleros. Si la caminás de noche te vas a dar cuenta de que Buenos Aires no tiene más de dos veredas sin grafitis o tags”.
¿Tags?
Etiquetas, firmas. Taki 183 fue una de las rúbricas notables de la vida pública neoyorquina. Notable por su firma y su misterio. Años setenta. Taki 183 tuvo artículo propio en el New York Times. Taki era el alias de un chico de Washington y 183, el número de la calle en la que vivía. Su nombre combinado con números despertó la curiosidad del público y lo imitaron hasta el cansancio: Julius 204, Frank 207, Joe 136. FIN.
-¿Twitter pone en crisis al grafiti?
Tomy: -No. Si bien comparten rasgos en la brevedad del mensaje, el que pinta la calle no necesita el inflador social del ego que suponen las redes sociales. Sólo busca intervenir públicamente. El tuitero vive pendiente del rebote.
Güerri: -Los grafitis de amor van dirigidos a la piba que vive enfrente y lee la pintada cada día. El grafiti de familia también: tus papis que te aman. La expresión pública que perdió terreno es el pasacalle. El grafiti lo pasó por encima.