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"Ni prima, ni tía, ni abuela. La canción es hermana de la poesía"

Gabo Ferro acaba de editar Costurera Carpintero, donde reúne los poemas-canciones de varios de sus discos. Además de cantante, compositor e intérprete, es poeta e historiador. En esta nota, cuenta cuáles son los mecanismos de su proceso creativo y revela quiénes son las cuatro "hadas madrinas" de su quehacer poético. Por: Ivana Romero

En 2006, Gabo Ferro presentó Todo lo sólido se desvanece en el aire, su segundo disco. La tapa no era una imagen sino un texto. Una suerte de manifiesto personal, donde este cantante, compositor, intérprete, poeta e historiador dejaba en claro su visión artística y recuperaba aquel tono con el que Karl Marx había inflamado las buenas conciencias del siglo XIX. "Se ha establecido un patrón de producción que apunta a instalar por un determinado período de tiempo un solo arte, una sola imagen plástica, una sola música, en definitiva, una sola canción que, lejos de resultar democratizante, resulta anuladora de identidades", escribió Gabo en un tramo. Y advirtió: "Que no se confunda lo fundamental con lo accesorio. Un disco son canciones; un disco es música. Lo demás es agua que se evapora en el aire."
Lejos de desvanecerse, las músicas de Gabo han ido creciendo en solidez, en capacidad de riesgo y experimentación. Las músicas, sí, pero también los silencios que a él tanto le gustan. "Sí, tienen una suerte de presencia fantasmal que necesito", concede.
Todo este rumor se advierte ya desde la tapa de Costurera carpintero. Editado por La Marca, se trata de un libro que reúne las canciones escritas por Ferro en sus nueve discos (incluido El veneno de los milagros, compuesto junto a Luciana Jury, que acaba de salir a la venta). Pero no es exactamente un libro de canciones. Más bien, como señala Diana Bellessi en el prólogo, se trata de "canciones-poemas", personales y políticas a la vez, desestabilizadoras del sentido común. Si hay alguna duda, basta con mirar la ilustración de la tapa: sobre fondo negro, un puño cerrado sostiene en alto un martillo…aunque uno de esos dedos recios está cubierto por un dedal.
"El lugar clásico del cantautor tiene que ver con ese personaje político que va de Bob Dylan a Silvio Rodríguez, por trazar un arco bien amplio. Yo sentía que quería heredar eso. Y a la vez sabía que las políticas que me atravesaban tenían que ver con la raza, el género, la clase… asuntos superestructurales, que no tratan tanto de seguir un hombre o una idea. Ese era el suelo sobre el cual empecé a trabajar", rememora Gabo al evocar aquel manifiesto estampado en su segundo disco.
Mientras el cielo se desploma y cae una lluvia persistente sobre Buenos Aires, el músico habla despacio en un bar del centro, atestado. Y con su voz suave, se ocupa de seguir puliendo eso que acaba de decir: "Por ejemplo, yo toco la guitarra, no el piano o el violín. Y no es lo mismo una decisión que la otra. Tiene que ver, en algún aspecto, con una pertenencia de clase." ¿De ahí lo de Costurera carpintero? "Sí, me interesan esos oficios que son previos a la era industrial, constituidos por lo artesanal, que es el modo de hacer canciones", responde.
Cuenta que empezó a tener conciencia de esto desde su primer disco, Canciones que un hombre no debería cantar, de 2005, que a la vez abre el libro. Y que ahí decidió que era necesario hacer temblar cualquier orden. Incluso los mandatos de género que pesan sobre las palabras. De hecho, la primera canción-poema, "Sobre madera rosa", dice: "Tengo un mandala pintado en Jaipur / bajo un vaso con agua con dos gotas de gin / Una trampa cazadora de espíritus del Japón / y un espejo que atesora el origen del sueño." Se trató de una sorpresa para quienes lo habían seguido en los primeros noventa con su banda hardcore, Porco, que abandonó para estudiar historia. En ese disco también está el mítico "El amigo de mi padre", que sigue manteniendo una vigencia voraz aún en épocas de matrimonio igualitario. "Yo cantaba cosas y había gente que se impresionaba del enunciado. Y gente que no sabía si quien cantaba era un hombre o una mujer. Se supone que es una mujer la que puede decir 'me dejaste, te fuiste, qué hago con esto'. Pero si en mis canciones era una mujer, bueno, era una mujer con una potencia masculina, de pedir muy fuerte, de reclamar muy fuerte". Y es que el amor, continúa, no es varón o mujer: el amor es político. "Al amor lo echaron a patadas del rock y se alojó en un lugar del pop muy idiota, muy inofensivo. Entonces había que traer al amor nuevamente a un lugar peligroso, situarlo en su complejidad de violencia vital", dice.
Ese es el suelo fecundo de Costurera carpintero. "Siempre fui reticente a un libro así porque entendía que la letra de la canción tenía que vivir exclusivamente en la canción. En un momento, Guido Indij, el editor de La Marca, me dice que tiene una colección de poetas de rock y que sólo había podido editar Guitarra negra de Spinetta, y que creía que yo podía continuarla", cuenta. Aceptó, claro. Pero decidió reescribir sutilmente los textos. "Para mí, la canción es hermana de la poesía. Ni prima, ni tía ni abuela ni sobrina. Hermana. Pero a la vez, cada una tiene sus formas específicas. Entonces era necesario transformar esa materia, que originalmente había sido hecha para ser cantada. Por ejemplo, el aire que lograba con un cambio de acordes tenía que lograrlo en el poema. También era necesario mantener la melodía. Y el silencio, por eso casi no usé puntos", dice.
En otro tramo del prólogo que acompaña el libro, Diana Bellessi escribe: "La poesía de Gabo Ferro es la poesía de un mago. Alguien que puede hacer de las palabras siempre algo imprevisto. Hablar del mal y convertirlo en bien, hablar del bien y convertirlo en dolor, hablar de la muerte y transformarla en sembradora, en dadora de vida." Él dice que la maga es ella y otras tres. "Tengo cuatro hadas madrinas: Diana, Marosa Di Giorgio, Idea Vilariño y Olga Orozco. Ellas me acarician cada vez que escribo, cada vez que me pongo a trabajar." ¿Hadas? ¿Magas? "¿Y cómo podemos explicar esto que vamos creando, que traemos desde un lugar que no sabemos cómo se llama?", retruca Gabo.
Como historiador, editó dos ensayos, publicados por Marea: Barbarie y Civilización. Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas, en 2008 y Degenerados, anormales y delincuentes. Gestos entre ciencia, política y representaciones para el caso argentino en 2010.
Dice que no cree que la música, la historia y la poesía estén tan lejos entre sí. "Alguien me dijo que los historiadores, a través del trabajo con el pasado, con los papeles del pasado, tenemos la capacidad de hacer hablar a los muertos. Y una vez, en Carolina del Norte, en 2005, me contaron algo parecido. Estaba de gira por esa zona de Estados Unidos y veía que unos hombres negros me seguían. Entonces me acerqué y les pregunté si entendían lo que yo cantaba. Ellos me dijeron que no pero que cada vez que yo cantaba, Dios aparecía. Eran parte de una comunidad que trabajaba con la voz y con el cuerpo en una época donde me metí de lleno a investigar la interpretación como forma creativa. Y me dijeron que interpretar es traer a este mundo cosas de otros mundos, como un médium. Yo sólo creo en lo que no tiene una explicación dura. ¿Qué ciencia puede explicar la muerte? Ninguna, sólo la poesía."
Gabo dice que se siente orgulloso de que el amor, la muerte, el misterio, los fantasmas, sean el humus de su suelo. "Cuando escribo, alumbro un bosque. Y después lo miro. Entonces elijo, empiezo a desmalezar, a separar lo que me sirve y lo que no. El resultado es una canción. Intento que sea lo más simple posible, sin oropeles, apenas lo esencial." ¿Acecha el lobo en ese bosque? "No, el lobo viene, me seduce. Yo lo dejo hasta donde quiero. Él entra y sale. El lobo soy yo también. Y soy un niño que juega entre la poesía de Diana, de Marosa, de Idea, de Olga, estas cuatro jardineras."

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