Padre e hija bailan en el comedor de su casa de Río Tercero, en Córdoba. Él, con el torso desnudo, parece un pájaro grande que aletea graciosamente, mientras ella intenta seguir su improvisada coreografía con las risas que se escuchan de fondo de su madre y hermanos. Tratan de acompañar unos pasos de música clásica que se escucha algo lejana, y la imagen no sólo es tierna sino que produce un ligero cosquilleo: ellos dos, por enfermedades, desaparecerán más temprano que tarde después de aquella grabación. Dos vidas interrumpidas después de una de las tragedias políticas más siniestras de la Argentina reciente: la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero.
Es una de las últimas y más hermosas escenas del crudo documental Esquirlas (de Natalia Garayalde), ganador de varios premios en los festivales de Mar del Plata, Visions du Réel y Jeonju, y que se acaba de subir gratuitamente a la plataforma Cine Ar. En poco más de una hora, la pantalla no da descanso: las grabaciones caseras, bajo la técnica conocida como found fottage, despliegan un abanico espacio-temporal de notable magnetismo.
Esquirlas se asume como película familiar y a la vez como testimonio en primera persona, con Natalia Garayalde narrando en voz en off lo que va sucediendo de aquellas grabaciones –que estallan como esquirlas en los espectadores– de la cámara de su padre, que la había comprado como ese chiche nuevo tecnológico para retratar las escenas domésticas, sin saber que lo lúdico pasaría inesperadamente a lo dramático. La familia festeja cumpleaños, los niños se divierten jugando a ser periodistas del pueblo o conductores de un programa de televisión, y el pueblo se asoma como telón de fondo: el hospital donde trabaja el padre, la escuela donde la madre da clases, la plaza, el inmenso tanque de agua.
“¿Por qué el cine argentino de las últimas décadas rehúye tanto a documentar el presente (ese pasado de las generaciones que vendrán)?”, se interroga el cineasta Nicolás Prividera en el lúcido ensayo Cine documental. Y luego extiende una reflexión entre la memoria y el documental: “Hay que encontrar formas siempre renovadas para interrogar al pasado mostrando su equívoca huella en el presente, y al presente mostrando su continua puesta en abismo del pasado. No sólo el fantasma de lo que ha sido, ni lo que será a su vez momificado por la cámara, sino el espacio entre esos tiempos imposibles que el cine juega a capturar”.
Los mejores documentales desgarran la mirada –concluye Prividera– cada vez que un espectador actualiza esas imágenes desde algún aquí y ahora preciso. La fábrica dejó de funcionar pero un pueblo se apagó para siempre, casi como Chernobyl, y aún con los peligros de dos plantas químicas cuyo funcionamiento se muestra como un verdadero misterio para los habitantes.