La Marca Editora

TORRENDEL, J.: “La letra opresora” En: ALVARADO, Maite; GUIDO, Horacio (Comp.) (1993): Incluso los niños. Apuntes para una estética de la infancia. Buenos Aires, La marca.

Un escritor muy elogiado, Horacio Quiroga, ofrece a los niños un libro de cuentos. El gesto es bello y patriótico. No ha mucho, yo mismo reclamaba de los literatos argentinos obras infantiles, genuinamente nacionales, que vinieran a competir con las ex¬tranjeras, tan generosamente recibidas entre nosotros. Díganlo, si no, las ediciones Montañola y Calleja, por ejemplo. Finalmente, la editorial Buenos Aires ha publicado ocho narraciones del re¬putado autor de "Cuentos de amor, de locura y de muerte"; pero en forma que no se presta absolutamente a la competencia co¬mercial con las obras europeas, ya que éstas son ofrecidas como pasatiempos, magníficamente presentados, con dibujos firmados por artistas de nota y ricamente encuadernados. Constituyen so¬berbios juguetes, que son preferibles a muchos otros con ten¬dencias bélicas o incompatibles con la tranquilidad familiar.

Me parece que tanto el autor como la casa editorial han tenido otro propósito con los "Cuentos de la selva". El nuevo libro tiende a ocupar un puesto entre los "textos" de la escuela primaria. Quiere ser un libro de lectura para niños. Desde luego, salta a la vista que el autor se ha esforzado en escribir una prosa adecuada, encuadrada en limitaciones pedagógicas: asunto indígena, lenguaje usual, aprovechamiento de conocimientos úti¬les, obediencia absoluta a la regla clásica: "nunca se enseñe antes lo que la naturaleza mental exige se enseñe después".

Convengo de buena gana en que Horacio Quiroga ha con¬seguido un triunfo de voluntad: ha descendido al nivel literario propuesto. En cada página del libro se le ve forcejear con su temperamento de escritor de buen gusto, con su estilo noble y su imaginación de alto vuelo, para domeñarlos y rendirlos hasta mantenerlos a ras del suelo entre el léxico hablado y la narración ordinaria. A veces en verdad me ha parecido, más que leer una página previamente preparada, oír el relato improvisado de cual¬quier persona acostumbrada a contar cuentos con manifiesta ha¬bilidad. Si esto para el señor Quiroga encierra un elogio, yo se lo consagro rotundo, en términos más fervorosos aún de los que aquí aparecen. Muchas veces, durante la lectura, me ha distraído el recuerdo de un autor, sometido al brutal trabajo de corregir su labor literaria en sentido descendente hasta el punto de aple¬beyar su elegante estilo y esclavizar su brillante fantasía, con el constante temor de que el público infantil no lo rechace por incomprensible.

He aquí un esfuerzo que merecerá alabanzas entusiastas del maestro ochocentista, el del escalonamiento dogmático, fuera de cuyo sistema no existe plan alguno de enseñanza que no repute de absurdo e irracional. He aquí un esfuerzo que habrá de la¬mentar toda persona inteligente, es decir, todo aquel que ha conocido ya la reacción del novecientos en los problemas peda¬gógicos. Porque es bien sabido que así como hay un militarismo, y un clericalismo, y un abogadismo, y otros ismos de igual sig¬nificado en su respectiva clase o esfera, existe también un pedagogismo que se ha petrificado en reglas anticuadas y al parecer intangibles, y se ha constituido en secta, cuyos iniciados exageran su lado técnico y, lo que es más, invaden directa o indirectamente campos ajenos, en lo cual estriba precisamente el sentido de la terminación "ismo".

Y no se crea que ese criterio científico, especializado, estricto y utilitario (en la mala acepción del término) es ortodoxo. No, señor; es, por el contrario, una desviación de la primitiva doc¬trina, un corolario literal, extremista, lógico, aunque "ad absurdum", de un postulado de la pedagogía pestalozziana. Porque fíjense que ya Herbart10 -el Platón de la nueva escuela- dejó escrito sobre el tema que nos ocupa, lo siguiente: "La intención misma de hacer obra pedagógica echa a perder toda literatura infantil." Pero a medida que el tiempo convirtió la idea en doc¬trina y la filosofía en sistema, y el principio, el "Verbum", fue comentado, reglamentado y acotado por los "exégetas" del ma¬gisterio, la palabra socrática, representada por el gran maestro de Neuhof (en verdad primer maestro), perdió su espiritualidad, su flexibilidad, su amplio sentido para ser claustrada en capi¬tulaciones y ordenanzas que custodian los adoradores de la letra opresora.

Afortunadamente, entre nosotros, no faltan inteligencias li¬bres, vivaces y renovadoras que aciertan con la expresión reac¬cionante y lanzan su contradicción, interinamente herética, a la faz del concilio dogmatizados El insigne pedagogo uruguayo, Vaz Ferreira, embiste sabiamente contra ciertos sofismas, entre los cuales queda incluido este: a tal edad aparece o se desarrolla tal facultad, luego a esa edad hay que atender a su desarrollo (quien desee conocer la argumentación del filósofo uruguayo, lea sus ensayos "Dos paralogismos pedagógicos y sus consecuencias" y "Dos ideas directrices pedagógicas y su valor respectivo").

La falsedad de tal razonamiento con respecto a los "cuentos para niños" ha sido objeto de meditación por parte de ilustres pedagogos, entre ellos Fitch, quien dice: "Algunas veces les dis¬gustan a los niños, no sin motivo, los libros escritos exclusiva¬mente para ellos, porque les parece demasiado 'pueril' lo que contienen. La inteligencia del niño suele descubrir algo que no le agrada en la afectada simplicidad de muchos autores. Les ocurre lo que a nosotros nos sucedería con libros compuestos expresamente para personas de nuestra edad y profesión y para nadie más. Y en otra de sus "Conferencias sobre la enseñanza", anude: "De todos modos, parece como que los textos para escuelas hayan do ser, por regla general, obras en que falta inspiración; sus autores suelen revelar carencia de imaginación y una ca¬pacidad particular que es curiosa, para distinguir entre lo que realmente importa y lo insignificante, entre lo grande y lo pequeño”.

Horacio Quiroga no ha salvado ese escollo y, al someterse voluntariamente a la exigencia de una anticuada y falsa pedagogía, ha empequeñecido su facultad de componer y escribir. Es¬toy seguro de que sus "Cuentos de la selva" no serán leídos dos veces. En la primera queda agotada toda su substancia. El niño, sin dificultad ninguna, lo ha triturado. He aquí, para mí, el principal defecto de este y de otros libros: su excesiva facilidad. Y no se diga que esa clase de cuentos gusta a los niños. El gusto del niño, por lo regular, es malo. En consecuencia, todo libro de lectura para niños ha de tender a levantar sus facul¬tades. Ha de ser estimulante. Ha de constituir una victoria; y no hay victoria sin lucha. Arriba, sólo arriba está la belleza; ésta ha de ser el objetivo de semejantes libros; pertenecen a la sección llamada Estética. Y ésta –se ha dicho ya – no se rinde más que por bloqueo.