Género copioso, apto para entronizar o demonizar a un personaje, ostenta la particularidad de relatar una existencia del principio al final, con la posibilidad de comenzar por cualquiera de las dos puntas. Además, siempre se sabe el final. Se dificulta cuando se trata de un protagonista conocido, del cual se sabe todo, mucho o casi todo, por lo cual la clave reside en cómo se narra la historia. Cuando la semblanza expresada en términos literarios se complementa con ilustraciones ad-hoc, el riesgo se desdobla en función del correlato entre ambos soportes, texto y gráfico. El conjunto de estos obstáculos desaparece en la confluencia lograda por la periodista cultural, escritora y editora Verónica Abdala (Buenos Aires, 1973) y el artista visual Rep (Miguel Repiso; Buenos Aires, 1961) al fluir conjuntamente en la flamante construcción de Borges, una vida Ilustrada.
Son unas 190 páginas no menos prolijas dentro de la edición en cordial papel de 120 g. (poco usual en estas playas), con un diseño gráfico (a cargo de Natalia Brega) que comparte texto tipográfico, dibujo a menudo dotado de breves parlamentos a mano alzada, y recuadros contextuales en negativo. Sumatoria de singular agilidad, facilitadora de la lectura, al punto de que cada párrafo comienza y termina en la misma página. Detalles cuidados, empáticos al lector, que se descubren cuando se disfrutan, por más que no se haya reparado en ellos. Peculiaridades, junto a una robusta encuadernación, inherentes a la obtención de un objeto deleitable, gratificante.
A medida que Abdala desovilla los pormenores de la vida de Borges, alude a los contextos sociales y personales de producción de su obra, así como a los efectos de los fuertes impactos en el transcurso cultural y político de la misma. Ardua tarea respecto a un escritor que ha logrado inscribir su nombre de autor –“borgeano”— en la historia. “Dueño de una cosmovisión intransferible, y de una serie de códigos artísticos para expresarla, hizo de la invención y la fábula realidades literarias casi tangibles, hasta convertirse en tan grande que muchas veces, para los escritores jóvenes argentinos, resulta una sombra maldita”. A pie de este fragmento, Rep instala un perfil de Borges donde éste reflexiona mientras un pequeño recuadro asimismo manuscrito ratifica: “¿Qué se puede escribir después de él?”
Cabal ejemplo de complementariedad entre la escritora y el plástico, quienes así arriban a una duplicación diferenciada en la que intercambian formas y contenidos, a lo que se suma el propio Borges con citas textuales. Sin redundancias ni superposiciones, la duplicación se multiplica en el aporte de un plus en los sentidos cuya forma se concreta en el lector. Adrede o azaroso, ambas alternativas harían regocijar al propio Borges.
A la prosa delicada y de diccionario generoso de Abdala, el dibujante Rep le comparte ilustraciones a veces en función de notas al pie. Cuando Abdala despliega el alcance de la celebridad del escritor, el artista muestra un Borges sin rostro junto a una dama –que es Mafalda adulta— dentro de una suerte de serpiente inflable; deja abierto si una u otra se trata de Emma Zunz. Mientras el hombre dice: “Estoy harto de hablar de Borges”, la mujer señala: “Pero podría ser peor. Podría hablar de fútbol, u otras disciplinas innobles”, locución aludible a Leonor Acevedo, la madre. Rep brinda acotaciones pertinentes, coadyuvantes al desarrollo del texto, valiéndose de una diversificación de su estilo acostumbrado. Desarrolla varios trazos, cada tanto mediante líneas sólidas que parecen esfumarse; se aproxima y se aleja de la caricatura, aún dentro del mismo cuadro, juega con el raspado propio del sombreado sin el objeto que la proyecte, acota con respeto el rasgo disonante: al pie del árbol de raíces figurativas y ramaje etéreo atribuido a Villa Ocampo –Mar del Plata, residencia estival de Victoria—, un cartelito mínimo anuncia: “Aquí meó Borges”. Son acotaciones indirectas, esta vez sin referencia explícita a un texto central de por sí descontracturado; vibración suplementaria acaso destinada a la confluencia propia del ritmo cardíaco proveniente de los soportes textuales y gráficos.
Sólido, secuencial y coherente, el discurso de Abdala circula por los hitos fundantes de la producción borgeana, tanto en el aspecto literario como en lo relativo a la vida privada. Cierto es que en esto último, la propia experiencia vital del escritor en modo absoluto escamotea secretismos ni detalles escabrosos. No obstante, la biógrafa mantiene el recaudo de haber recurrido a las fuentes más destacadas, en un trabajo de investigación sin cabos sueltos. Estructura su relato intercalando momentos paradigmáticos de la vida familiar (los barrios, los viajes) con la inserción intelectual (la revista Martín Fierro, Evaristo Carriego, Macedonio Fernández), la coyuntura política, Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares, el diario Crítica, los primeros libros, las influencias (la Cábala), María Kodama, la dictadura, Malvinas, la obra.
Leonor Acevedo, la madre, ocupa un espacio recurrente más que en su rol de copista ante la ceguera, como adalid del discurso de clase: “La madre sostiene que si no hay más remedio que leer literatura argentina, el libro indicado es Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes”. Entre tales mensajes y la fantasmagoría confeccionada por su imaginación alimentada por lecturas heteróclitas, la biógrafa brinda una arquitectura de cómo se conformaba el mundo habitado por Borges, por cierto dotado de un componente fantástico, particular e irónico, diverso al del resto de los mortales. “Borges, que no creía en Dios y dudaba sobre su patria y sobre las patrias en general, creía en Buenos Aires. Su patria era la literatura; su amor permanente, la ciudad en la que nació”. Iconoclasta para quien “nada merece respeto excesivo. Ni siquiera la democracia que a su país le costaba horrores”. No obstante “celebra el retorno a la democracia en 1983”.
Seis páginas ocupan los diálogos con el escritor Ernesto Sábato entre 1974 y 1975. Su relevancia reside en el intento del bidemólogo de Santos Lugares por provocar al autor de El Aleph a una competencia inexistente que éste esquiva con griego cinismo. Esta sección queda enteramente a cargo del ilustrador Miguel Rep, en un paréntesis historietizado desopilante, eficaz en el aniquilamiento de la leyenda que los comparaba. Sábato le pregunta a Borges su opinión sobre Dios; éste replica: “¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica”. Y, finalmente, en un breve soliloquio sobre su eventual interlocutor, reflexiona: “¡Ah, Sábato! Escuché que dicen por ahí que sus libros son mejores que los míos”; para rematar: “Él dice”.
A medida que se va enterando de los horrores perpetrados por la dictadura 1976-1983, más los eventos de Malvinas, la épica idealización castrense que lo precedía desde dos generaciones anteriores a su advenimiento, se desmorona con contundencia. Las razones por las cuales Borges, recién casado por poder con Kodama en Paraguay (no había ley de divorcio) se traslada a Ginebra, Suiza, a fin de pasar allí lo que sabía eran sus últimos días, son objeto de conjeturas. Abdala consigna que la mudanza obedece a “preservar sus intimidad”. A sus amigos les confía el anhelo de “evitarle a su esposa estar rodeada de periodistas y fotógrafos invadiendo su privacidad”. Muere poco antes de cumplir 87 años, un sábado 14 de junio de 1986 y es sepultado en el cementerio de Pleinpalais. En la lápida están grabados un barco vikingo y la frase: “Tomó la espada de Gram y la extendió, desnuda entre los dos”, un verso rúnico. Kodama agrega la inscripción: “De Ulrica a Javier Otarola”, fragmento del cuento “Ulrica” (El libro de arena, 1975) que otrora la dedicó.
Antes de cerrar Borges, una vida ilustrada con quince ideas textuales del autor de Ficciones, Verónica Abdala concluye: “En la actualidad, en torno a Borges ya no hay polémicas, solo unanimidades. El tiempo se ha llevado sus opiniones y ha consolidado una obra en buen parte inmortal (…) …dentro de cinco siglos, personas emocionadas que nada sabrán del siglo XX seguirán leyendo (…) cuentos y poemas de exquisita sensibilidad, firmadas por un literato que jamás escribió una novela”. Pues “el mundo, por otra parte, es cada vez más borgeano”.