TWAIN, Mark. El diario de Adán y Eva, ilustraciones de Florencia Balestra, traducción de Luis Chitarroni, Buenos Aires, La Marca, 2024.
En el Jardín del Edén, Adán y Eva comienzan a escribir un diario. En él describen sus frustraciones, debidas casi siempre al otro, su amistad con los animales…. El humor ligero de las primeras páginas pronto se transfigura en un discurso amoroso que resume una vida llena de afecto que inaugura las alegrías y pérdidas de la humanidad.
“La vanidad o un sentimiento más misterioso hizo que mi trato con Mark Twain me obligara a tutearlo (hoy en día el verbo solo alcanza estatuto de justicia si uno pone twittearlo). A los doce años leí el primero de los dos tomos de una autobiografía que había publicado la colección Robin Hood, y tal conocimiento (del que no mantengo un rasguño de memoria, salvo el dibujo en blanco y negro de la cara del autor en la tapa), que alcanzaba entonces para hacer alarde, hoy solo parece darme un miserable crédito. (Esto se parece al razonamiento de Wilson el simple: quería ser el dueño de la mitad de un perro, excentricidad que componía parte del repertorio infame de la infancia a cuestas. Sí, la niñez, como se obstinan Guillén/Lorca: “ya fábula de fuentes”).
Wilson el simple (Pudd’nhead Wilson) lo leí afiebrado la noche que tenía que haber estudiado para la única materia que me llevé en primer año. Es el libro de Mark Twain que se mantuvo más fresco en mí, aunque me obstiné en leer todo lo que de él cayó en mis manos, y aprobé de paso la materia.
Como Quevedo, Samuel Clemens se obstina en convertirse en un personaje. El personaje de grandes bigotes, timón entre manos, cigarro y sonrisa ufana. Tengo especial predilección, especial simpatía por los autores que se tratan a sí mismos como personajes. No por todos, claro.”
Fragmento del Prólogo, por Luis Chitarroni